Romanos 6:16-18
“¿No sabéis que si os sometéis a
alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien
obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?
Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de
corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados
del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia”.
La esclavitud implica sujeción,
sometimiento total a alguien o a algo. No hay nada peor que ser esclavo de un
pecado. Al igual que una cárcel se construye ladrillo a ladrillo, una prisión
espiritual también puede ser construida pecado a pecado sin que la persona
apenas lo note. Esta esclavitud se produce lentamente comenzando, generalmente,
con un pensamiento. Si este pensamiento no es erradicado de la mente, con el
tiempo se va haciendo más fuerte y su presencia cada vez más frecuente. Finalmente
llega un momento en que se convierte en acción. A medida que este pecado se
repite una y otra vez se va fortaleciendo hasta que logra conquistar la
conciencia. Así llega un momento en que el diablo se apodera de la voluntad de
esta persona, y ejerce total dominio sobre ella. Una vez este pecado se
enseñorea de una persona, es prácticamente imposible escaparse de su efecto
destructor.
Hay, sin embargo, una manera de
evitar la esclavitud espiritual. El primer paso es reconocer dos verdades
básicas: todo pecado puede esclavizar y la esclavitud comienza en la mente. No
podemos mantener una buena relación con el Señor si permitimos el pecado en
nuestras vidas. Cuando un pensamiento pecaminoso llega a nuestra mente, tenemos
la opción de expulsarlo o de darle albergue. Por medio del poder del Espíritu
Santo, todo creyente posee el poder de controlar su mente.
El segundo paso es preguntarnos a
nosotros mismos, ¿acaso el placer que puedo recibir de este pecado amerita
sufrir las consecuencias de la esclavitud? Con seguridad, la respuesta es no.
¿Puede un alcohólico comparar el disfrute del próximo trago con la angustia y
el dolor de su impotencia frente a la botella?
Tercero, hagámonos el firme
propósito de ordenar nuestras vidas de acuerdo a la Palabra de Dios. En el
Salmo 119:133 el salmista clama a Dios: “Ordena mis pasos con tu palabra, y
ninguna iniquidad se enseñoree de mí.” Si elegimos buscar día a día una íntima
comunión con Dios, encontraremos en él la verdadera libertad. Su palabra nos
capacita para reconocer el pecado y nos enseña la manera de rechazarlo. La
palabra de Dios es como un filtro para nuestros pensamientos y un antídoto para
el pecado, y es poderosa para romper las cadenas espirituales. Jesús,
dirigiéndose a un grupo de judíos que habían creído en él, les dijo: “Si
vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de
Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis
libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que
hace pecado, esclavo es del pecado.” (Juan 8:31-34).
El pecado no puede dominar a un
creyente que se ha sumergido en la palabra de Dios, y permite ser guiado por
ella. Tan pronto reconozcamos cualquier atadura espiritual en nuestras vidas,
debemos confesarla, porque la negación bloquea la sanidad interior y la
libertad que Dios nos ofrece. Cualquiera sea el tipo de pecado, su fundamento
es siempre espiritual no una simple desviación moral o social. Un tratamiento
psicológico puede aliviar el aspecto emocional o mental de la situación, pero
no será totalmente efectivo hasta que reconozcamos y confesemos el aspecto
espiritual del problema.
¿Quieres ser libre del pecado, y convertirte
en siervo de la justicia? Dedica tiempo a orar pidiendo a Dios que te hable a
través de la Biblia ,
y escucha atentamente lo que él te revela de tu vida. Entonces, hazte el
propósito de seguir sus instrucciones al pie de la letra.
ORACIÓN:
Padre santo, yo deseo ser
totalmente libre de pecado. Te ruego me des discernimiento para escucharte
claramente a través de tu santa Palabra. Ayúdame a descubrir esas áreas que no
están del todo limpias y que afectan mi relación contigo, y capacítame para eliminarlas
de mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios Te Habla
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