“Entonces Job se levantó, y rasgó
su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo
salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová
quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a
Dios despropósito alguno”.
El relato Bíblico señala, que no
obstante de que Job era un rico hacendado, cuando se vio envuelto en medio de
la tormenta, rasgó su manto, rasuró su cabeza y se postró y adoró a Dios.
Entre las tantas bendiciones de
las que gozaba Job, se dice que contaba con una linda familia. Tenía diez hijos
de entre ellos (siete varones y tres mujeres). Eran una familia tan unida, que
los hijos estaban acostumbrados a tener un banquete, cada uno en “su día”,
(suponemos que tal vez se referían al día de su cumpleaños). E invitaban a sus
tres hermanas para que estuviesen unidos todos en sus celebraciones. Ellos disfrutaban
de reuniones familiares. Y sabemos que no hay bendición más grande para un
padre, que la de tener el amor y la intimidad de de su familia.
Job también era dueño de una gran
riqueza material, y aquí cabe mencionar que en aquellos tiempos un hombre rico
no era aquel que tenía tantos carros y tantas casas y tanto dinero guardado,
sino que las riquezas en ese entonces se medían por manadas y rebaños. Job
tenía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes,
quinientas asnas y muchísimos criados. Era el hombre más rico de aquella parte
del país y de la tierra llamada Uz.
Dice la palabra de Dios, que en
el momento de la muerte de Jesús en la cruz del calvario, dando una gran voz,
expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Marcos
15:37-38. Mostrando el Dolor Divino, por la muerte del Unigénito. Job reconoció
ese sacrificio, haciendo lo mismo, sin importar su condición de hombre rico y
poderoso, esto lo condujo, inmediatamente, a reconocer la grandeza de Dios,
adorándolo y bendiciéndolo.
Y quitó Jehová la aflicción de
Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas
que habían sido de Job. Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus
hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su
casa, y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Jehová
había traído sobre él; y cada uno de ellos le dio una pieza de dinero y un
anillo de oro.
Y bendijo Jehová el postrer
estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil
camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas, y tuvo siete hijos y tres hijas. Llamó
el nombre de la primera, Jemima, el de la segunda, Cesia, y el de la tercera,
Keren-hapuc. Y no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job en toda la
tierra; y les dio su padre herencia entre sus hermanos.
Después de esto vivió Job ciento
cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta
generación. Y murió Job viejo y lleno de días (Job 42:10-17).
Confía en el Señor, a través de
Jesucristo, el sacrificio de expiación, y encontrarás paz en Él. Pídale con
humilde sumisión que quite el pecado que te ha hecho apartar de Dios y sufrir,
y que por poco te cuesta perder el alma. Pídele que te escudriñe y perdone tu
pecado. Arrepiéntete y cree en el Evangelio. Abandona el mal y aférrate al
Salvador, el grandioso Médico que cura la enfermedad del pecado, y vivirás. Ven
ahora a la casa de tu Padre. Humíllate delante de Dios, alábale y bendícele.
“Gracia y Paz”
(Inginio Roa Pereira)
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