martes, 10 de julio de 2012

EL FRUTO DE LA PACIENCIA

Romanos 5:3
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia”
En La vida diaria hemos comprobado que en la mayoría de las personas las tribulaciones desequilibran, sacan de balance; Esto debiese ser contrastante con el sentir de los hijos de Dios, ya que en estos por el contrario, a través de las tribulaciones, se mide la capacidad de la paciencia, en cada uno. Es imprescindible acotar que, la paciencia es parte del fruto del espíritu. O sea es algo que ya está en todo hijo de Dios, otra cosa interesante que podemos deducir es que: de acuerdo a la Biblia el crecimiento del cristiano está relacionado con las tribulaciones y sobre todo, con la paciencia que se genera a través de las tribulaciones.

Dios se vale de esto para hacernos crecer, para nuestro bien, no para el bien o provecho suyo, pues el no necesita perfeccionarse, porque el ya es perfecto en todo, los que necesitamos perfeccionarnos en este aspecto, somos nosotros.

Ahora bien, Dios no quita las tribulaciones de nuestras vidas sino hasta que logre el objetivo, u obtenga el resultado de las mismas. Las tribulaciones en nuestras vidas se dan para que les saquemos provecho, ya que traen consigo unos excelentes resultados. Pero es importante entender que en relación con las tribulaciones, no permite Dios, que nos sucedan para preocuparnos, ya que para los hijos de Dios todo obra para bien.

Dios permite que se nos atribule, para nuestro bien, y principalmente para nuestro crecimiento. Asimismo, el preocuparnos o deprimirnos produce frutos malos, y nosotros estamos llamados a producir buenos frutos.

Por eso y ante eso debemos confiar en el Señor. La tribulación produce paciencia, no en sí misma ni de por sí, pero la poderosa gracia de Dios obra en la tribulación y con ella. Los que sufren con paciencia tienen la mayoría de las consolaciones divinas que abundan cuando abundan las aflicciones. Obra una experiencia necesaria para nosotros.

Esta esperanza no desilusiona, porque está sellada con el Espíritu Santo como Espíritu de amor. Derramar el amor de Dios en los corazones de todos los santos es obra de gracia del Espíritu bendito. El recto sentido del amor de Dios por nosotros no nos avergonzará en nuestra esperanza ni por nuestros sufrimientos por Él.

Como el apóstol Pablo lo afirma, la fe, la esperanza y el amor son la esencia misma de la vida cristiana. Nuestra relación con Dios empieza con la fe que nos ayuda a aceptar que la muerte de Cristo nos salva de nuestro pasado. La esperanza crece a medida que nos enteramos de todo lo que Dios tiene en mente para nosotros, de sus promesas en cuanto al futuro. Y el amor de Dios llena nuestras vidas y nos capacita para alcanzar a otros.

Habacuc 3:18 con todo yo me alegraré en el SEÑOR, me regocijaré en el Dios de mi salvación.

“Gracia y Paz”
(Siervas Valientes de Dios)

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