“Yo soy Jehová, y ninguno más
hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que
se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que
yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que
hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto. Rociad,
cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y
prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Jehová lo
he creado. ¡Ay del que pleitea con su Hacedor! ¡el tiesto con los tiestos de la
tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?; o tu obra: No tiene manos?
¡Ay del que dice al padre: ¿Por qué engendraste? y a la mujer: ¿Por qué diste a
luz?!”
Al pasar por tiempos de aflicción
nos preguntamos por qué permite Dios que situaciones dolorosas vengan a nuestra
vida. Eso no parece coincidir con su papel de Padre amoroso; y nos resulta
difícil conciliar nuestro sufrimiento con su amor y su poder para evitarlas.
Para entender lo que sucede, necesitamos considerar el posible origen de
nuestra aflicción.
Un
mundo caído: Cuando el pecado se introdujo en el mundo, el sufrimiento
vino con él. Dios pudo habernos protegido de sus efectos dañinos convirtiéndonos
en títeres incapaces de elegir el pecado, pero eso significaría también que
seríamos incapaces de elegir amarlo.
Nuestras
decisiones: A veces, nos metemos en problemas al tomar malas decisiones.
Si el Señor interviniera y nos salvara de cada consecuencia negativa, nunca nos
convertiríamos en creyentes maduros.
Los
ataques de Satanás: El diablo es nuestro enemigo y por tanto pone trabas
a cualquier cosa que el Señor quiera hacer en y por medio de los creyentes. Su
propósito es destruir nuestra vida y nuestro testimonio, debilitándonos y
haciéndonos inútiles para los propósitos de Dios.
La
soberanía de Dios: En última instancia, el Señor tiene el control de
toda aflicción. Negar su actividad contradice su poder y su soberanía sobre la
creación.
Para poder aceptar que Dios
permite —o incluso envía— las aflicciones, debemos verlas desde su perspectiva.
¿Tiene usted puesta su mirada en el dolor o en el Señor? Como creyentes,
tenemos la seguridad de que Dios no permitirá que nos vengan aflicciones, a menos
que sea con un buen propósito.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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