Mateo 6:12
“…Y perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…”
Creo que no hay un solo cristiano
que no conozca El Padre nuestro que Jesús nos enseñó como modelo para orarle al
Padre, oración en la que le pedimos que “…perdone nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” y yo me pregunto si realmente
tenemos conciencia de lo que estamos pidiendo, ¿estamos realmente reconociendo
que nuestra necesidad de ser perdonados está directamente relacionada con
nuestra capacidad de perdonar? Dar y recibir.
Para algunos es fácil recibir
pero les cuesta dar por egoísmo, a otros les resulta fácil dar pero por orgullo
les resulta difícil recibir y hay quienes les resulta difícil dar y recibir y
sea cual sea la razón, todos estamos necesitados de recibir y dar perdón.
Cuando con humildad, reconocemos
que somos pecadores y que necesitamos inminentemente del perdón de Dios y damos
el paso de fe creyendo y aceptando que solamente a través de Jesucristo
tendremos remisión de pecados, entonces seremos libres, libres para amar y
libres para perdonar.
Juan 8:36: “Así que, si el Hijo
os libertare, seréis verdaderamente libres”.
Cuando reconocemos que tenemos
necesidad de compasión y misericordia por nuestras faltas y ofensas y recibimos
el amor de Dios, es entonces cuando conocemos la profundidad del significado
del perdón y nos preguntamos ¿qué derecho tengo yo para no perdonar al que me
ha ofendido? ¿Qué me diferencia de los demás? ¿Acaso no he herido y lastimado
yo también a los que me rodean?.
En la parábola del siervo malvado
de Mateo 18:23 al 35, Jesús nos enseña que debemos tratar a los demás con la
misma misericordia que El nos ha tratado. En Efesios 4:31 y 32 dice que nos
quitemos toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia que
seamos benignos unos con otros, misericordiosos perdonándonos unos a otros como
Dios nos perdonó a nosotros en Cristo. Mientras permitamos que emociones como
el odio, o el enojo nos dominen, o el rencor y la amargura cos corroan el alma,
estaremos privados de la verdadera libertad y nuestra comunión con Dios estará
debilitada, pero si por el contrario en lugar de seguir asumiendo el papel de
víctimas o justificando nuestras actitudes, nos postramos con humildad delante
de Dios, le pedimos misericordia y perdón y que nos de fuerzas, amor y
misericordia para perdonar a quienes nos han ofendido; entonces, todas esas
cadenas de culpa, amargura, rencor y odio se romperán y seremos verdaderamente
libres.
Cuando me siento ofendida o
lastimada por alguien, yo sé que lo que Dios espera de mí es que perdone, y
también sé, que soy yo quien toma la decisión de perdonar y desde hace mucho
tiempo he adquirido el hábito de perdonar a diario (“hasta setenta veces siete”
me recuerdo a mi misma), apropiándome de lo que dice Efesios 4:26 y 27 “Airaos,
pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al
diablo”. Yo sé que sola no puedo y que necesito que Dios me impregne de su
amor, misericordia y espíritu de perdón para poder lograrlo, pues
definitivamente no me interesa guardar ni por una noche ningún enojo que con el
tiempo se convierta en rencor y luego en amargura, ni mucho menos me interesa
abrirle ninguna puerta al diablo a través de ningún enojo y perder la preciosa
libertad que me ha dado el poder perdonar y ser perdonada.
“Gracia y Paz”
(Humildad Jacobo)
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