viernes, 8 de junio de 2012

EL EVANGELIO DE LA GRACIA DE DIOS


Hechos 20:16-24
“Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Efeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén. Enviando, pues, desde Mileto a Efeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.

Al apóstol Pablo lo consumía una pasión que era aun mayor que su deseo de vivir o el temor al sufrimiento. Tenía un ministerio que cumplir y un mensaje de salvación que dar. Sus palabras en Hechos 20:24 nos ayudan a entender el concepto fundamental involucrado en nuestra salvación. Pablo lo llamó el "evangelio de la gracia de Dios".

Somos salvos simplemente porque el Señor es misericordioso. Él sabía que nunca podríamos ser lo suficientemente buenos para salvar la brecha que había entre nuestro pecado y su santidad. Es por eso que usted nunca oirá hablar del "evangelio de la ley de Dios". ¿Se puede imaginar cantando: "Sublime ley del Señor, que un infeliz salvó"? Jamás podríamos cumplir los requisitos, especialmente por la manera en que Jesús amplió el significado de la ley en el Sermón del monte (Mateo 5­-7). Pero la gracia es totalmente diferente; no tiene nada que ver con nuestra valía o buen desempeño, sino se basa únicamente en el favor inmerecido de Dios para con nosotros.

Lo más sorprendente es que la única posibilidad para nuestra salvación, se encuentra en la fe. La gracia que Dios nos da al salvarnos es su regalo, no algo que podamos lograr por nuestras obras (Efesios 2:8-9). De lo contrario, tendríamos que limpiar nuestras vidas para ser salvos, y eso anularía la gracia.

¡Alabado sea el Señor por su maravilloso plan de salvación! Cristo pagó nuestra deuda de pecado con su muerte, y lo único que tenemos que hacer es creerlo. Nunca tendremos que preocuparnos de que no seamos suficientemente buenos, ni de que perderemos su favor. Su gracia es para siempre.

“Gracia y Paz”
Meditación Diaria

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