Es muy importante reconocer
que las Escrituras nos hablan de batallar en la defensa de la Fe,
enfrentándonos con la predicación correcta de la Palabra, contra los apóstatas
y los corruptores del evangelio. No sugiere una guerra contra cada cambio
trivial que existe en el pensamiento de alguien acerca de las doctrinas
difíciles o no esenciales. Ciertamente, no es un llamado a ser belicosos cada
vez que haya un desacuerdo en la iglesia. A veces, aun los amigos cercanos y
los verdaderos hermanos en Cristo están en brusco desacuerdo, pero este no debe
escalar al combate mortal (Salmos 133: 1; Juan 13: 35; I Corintios 1: 10;
Efesios 4: 3-6).
El llamado a “pelear” hecho
por Judas, en su epístola, se aplica cuando existe una seria amenaza a “la fe
que ha sido una vez dada a los santos”, el tipo de falsa enseñanza que socava
los fundamentos del evangelio. El error que Judas tiene en mente no proviene de
un leve malentendido acerca de un texto complicado. Él está hablando acerca de
la herejía que está arraigada principalmente en la incredulidad voluntaria, una
negación del “único soberano y Señor Jesucristo” (Judas 4). Tiene en mente un
error que corrompe el carácter esencial del evangelio. Está hablando del error
condenable. Enfatiza ese hecho cuando dice que los proveedores de tales
herejías están destinados a la condenación. Ahora, tengamos en cuenta que esos
errores, a veces son muy sutiles y difíciles de distinguir. La única forma de
desarrollar el discernimiento necesario para detectar el error sutil, y evaluar
correctamente su peligro, es consagrarse uno mismo conscientemente a la tarea
de discernir correctamente la Palabra de Dios (II Timoteo 2:15). Esa cualidad
debe ser perfeccionada con trabajo extra por medio de la diligencia fiel.
Nuestro llamado es a confrontar
aquellos falsos maestros que deliberadamente intentan permanecer encubiertos,
que pretenden lealtad a Cristo, pero su doctrina contradice esa profesión.
Puede ser bastante difícil ver pasar la profesión falsa de fe alguien, y
evaluar la verdadera gravedad del error. Esa es una de las razones principales
por la cual los juicios severos no deben hacerse ligeramente. “No juzguéis
según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7: 24).
Aún el fanatismo es un claro
peligro del cual nos tenemos que guardar cuidadosamente. Efectivamente existen
críticas hoy día que operan todo el tiempo, siempre buscando pelea, tomando el
deleite carnal meramente en controversia por el bien de la controversia, y
juzgando de una forma a veces muy severa o demasiado rápida. No caigamos en la
trampa de suponer que las opiniones más críticas y las que se fijan en las
pequeñeces, son automáticamente las más “discernientes”. Tengamos cuidado con
las personas que no muestran prudencia o moderación acerca de juzgar severamente.
El verdadero discernimiento se adquiere cuando consagramos nuestros corazones y
nuestras mentes a la sabiduría bíblica, no fomentando un espíritu crítico. De
hecho, la Escritura dice que aquellos que son beligerantes o pendencieros, no
encajan en el liderazgo espiritual (II Timoteo 2: 24-25). Ese es el espíritu
que debemos cultivar. Contender ardientemente por la fe no requiere que nos
convirtamos en pendencieros.
“Gracia y Paz”
(John MaCarthur)
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