Mateo 26:39
“Yendo un poco adelante, se postró
sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta
copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
Había llegado la tan temida hora.
El tiempo en que las tinieblas plenaban el panorama, ya de por si sombrío a
causa de la traición. Ahí estaba Jesús, clamando al Padre para que pasase de El
esa copa que debía beber horas después. Era una copa plena, rebosante con la
ira de Dios a causa del pecado nuestro, una copa amarga que rompería por un
breve tiempo con la comunión eterna que había mantenido Jesucristo con el
Padre. Una copa que una vez bebida produciría el rompimiento total entre una
época sin esperanza por causa del pecado que lo separaba, por otra donde la
gracia y la misericordia seria derramada sobre la humanidad.
Una vez bebida esa copa puesta
por el Padre delante del Cordero de Dios; que era su hijo quitaría todo el
pecado del mundo, marcando la historia en antes y después de Cristo. Pero
tamaña prueba la que se estaba cumpliendo en Jesús. La copa significaba para El
poner su vida en recate de muchos. Cada sorbo de aquella copa significaría
vejaciones, latigazos, oprobio, sufrimientos, heridas, clavos, corona de
espinas y la más temible y maldita de las muertes; el ser crucificado como el
más vil de los malhechores. Allí ante la mirada burlona de los romanos, ante
los ojos escrutadores de los fariseos. Ante la huida cobarde de los discípulos
y ante la negación de Pedro. He allí el trago más amargo de aquella copa.
Pero por sobre el ruego agónico
de Jesús al Padre estaba la sumisión a la voluntad de Dios. Por sobre su
resistencia como humano, estaba la misión divina. El conocía que el Padre era
Todopoderoso para hacer pasar de El aquel agónico momento, pero también sabía
que su más alta misión era beber no solo un sorbo de aquella copa, sino todo su
contenido. Jesús sabía perfectamente que su sabor seria amargo, pero luego se
convertiría en dulce miel; a diferencia del recordado rollo que comió el
Profeta Ezequiel; dulce al paladar pero amargo en su vientre; la copa que bebía
Jesús era amarga como la hiel y luego dulce plena de gloria. Era temporal, pero
tendría una trascendencia eterna. Porque ningún hombre sobre la tierra podía
beberla, nadie más que El. Solo el justo podía padecer por los injustos para
luego presentárselo al Padre justificado por aquella copa.
Jesús a bebió toda la copa,
nosotros los creyentes cuando mucho damos un pequeño sorbo a esa copa, si acaso
dos o tres, pues no podríamos nunca beber más que eso. Podemos ser y somos
coparticipes de muchos de sus sufrimientos pero el contenido de nuestra copa
jamás se acerca en lo mas mínimo a la de Él. Su copa era única, la que el Padre
había puesto a su Hijo para la salvación de su más amada obra, el beberla le
traería oprobio, pero Jesucristo menosprecio el oprobio por el gozo puesto
delante de Él. Una vez la hubo bebido, ascendió a los cielos y se sentó a la
diestra de la Majestad
del Padre.
Nuestro Señor Jesucristo, nos
dijo que nosotros a la verdad también beberíamos de esa copa, porque tal como
El, quien quiera vivir de manera santa padecerá persecución, así sea en nuestro
entorno familiar, y persecución significa dolor, negarse a sí mismo, perder su
vida en El, pero todo el que pierda su vida por El la ganara eternamente.
Como hijos de Dios y discípulos
de Cristo, nos tocara en algún momento, en mayor o menor grado para unos y
otros, beber de esa copa que El bebió. Sea uno, dos o tres sorbos; pero debemos
beberla. Muchos sufren en el mundo sin tener esperanzas, nosotros sufrimos con
plena certidumbre de su amor y misericordia, aun cuando andemos en valle de
sombra de muerte no debemos temer mal alguno, porque he aquí El esta a nuestro
lado hasta el fin. Hasta el fin de cada prueba, hasta el fin de cada dolor,
hasta el fin de cada sorbo.
Cada trago que bebemos de la copa
nos llevara de gloria en gloria y de poder en poder, si ya has bebido tres
sorbos, entonces vela por si te viene el cuarto. Porque hay quien necesita más
de tres sorbos para comprender y estar bien en El. Trago a trago llegaremos al
Reino de los Cielos, allí no habrá más llanto ni dolor, porque en el cielo
beberemos de otra copa, y será la
Copa del Vino Nuevo, y el mismo Señor Jesucristo no solo la
beberá con nosotros, sino que la servirá.
Mar 14:25 “De cierto os digo que
no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el
reino de Dios”.
“Gracia y Paz”
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