Jeremías 3:9.
“Yo preguntaba: ¿Cómo os pondré
por hijos, y os daré la tierra deseable, la rica heredad de las naciones? Y
dije: Me llamaréis: Padre mío, y no os apartaréis de en pos de mi”.
Cuando el profeta escribe estas palabras
está hablando en nombre de Dios. La situación de Israel era difícil, estaban
atravesando un momento de zozobra que se incrementaría todavía más en el tiempo
próximo. Las dificultades eran abrumadoras, la angustia había llegado, pero, en
medio de todo ello Dios tiene una palabra de aliento y esperanza. La prueba
terminaría y los angustiados vendrían a una experiencia de tranquilidad y gozo.
Las bendiciones de Dios están siempre disponibles para sus hijos. Él quiere
bendecirnos.
En el versículo estas bendiciones
escondidas en la primera pregunta tienen que ver con una fluida relación con
Él: os pondré por hijos. Ninguna posición superior a esta: Que nuestro Padre
sea el Dios eterno y omnipotente. Quiere decir que no habrá nada que
necesitemos que no nos sea otorgado inmediatamente. Ningún padre puede ver
padecer a un hijo suyo y teniendo recursos para hacerle salir de la prueba no
lo haga. Dios nos trata como hijos suyos. Esto conlleva necesariamente a
hacernos sentir su amor. El Padre nos ama y quiere esta relación de afecto.
Además promete también una
segunda bendición, darnos la tierra deseable, aquello que es el deseo de las
naciones, es decir, lo que las personas en la tierra anhelan poseer. No importa
de que cosa se trate. Él promete dárnosla cuando
realmente nos sea necesaria.
A estas firmes promesas Dios
añade las condiciones para que se hagan posibles: La primera condición es que
le llamemos Padre mío. Dos cosas importantes aquí: primeramente que es una
relación personal como aparece expresada en el pronombre mío. El Dios del cielo
es un Dios personal. Es el Padre de todos los creyentes, pero es también
nuestro padre individual. Nos conoce como hijos suyos, sabe cuales son nuestras
necesidades y los recursos que necesitemos de Él. Le llamamos Padre mío, y está
al lado de cada uno de sus pequeños para abrir camino, dar abundantemente,
conducir por sendas de justicia y hacernos sentir su amor.
La relación de intimidad familiar
manifestada en la condición de hijos, condiciona también la siguiente demanda:
“no os apartaréis de en pos de mi”. Así de fácil: consiste en seguir fielmente
sus pisadas. En situaciones en que se atraviesan terrenos pantanosos, o que uno
tiene que caminar sobre la nieve después de una gran nevada, no hay nada mejor
que buscar las huellas de alguien que pasó primero y poner nuestros pies en el
mismo lugar donde él los puso; bajo esas huellas hay terreno firme. Cristo
marcó ya el camino para los suyos, especialmente en la dificultad, como dice el
apóstol Pedro: “Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo,
para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21). Fidelidad, amor y seguimiento
condicionan la bendición. Tomemos ahora la promesa divina para alentar nuestra
vida. Dios promete sacarnos a un estado de bendición, en la medida en que le
sintamos como Padre y sigamos con fe en sus caminos. Que el Señor nos conceda a
todos la determinación de amarle, vivir para su gloria y caminar en el camino
que Él trazó para nosotros. Entonces tendremos los recursos de la gracia; la tierra
deseable y la rica heredad de las naciones, que no es otra cosa que Su paz aún
en medio de la tormenta.
“Gracia y Paz”
(Samuel Pérez Millos)
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