1 Corintios 9:24-25
“¿No sabéis que los que corren en el
estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de
tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos,
a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una
incorruptible”.
“Las Olimpiadas” se celebran cada cuatro años, y la
atención de todos los que aman los deportes alrededor del mundo se centra en la
televisión, los periódicos, la radio y otros medios informativos en busca de
noticias relativas a este evento deportivo. Es emocionante ver a tantos atletas
competir en los distintos deportes. Pero muchos no tenemos idea de todo lo que
han tenido que pasar estos atletas para lograr el propósito de participar en
las Olimpiadas. Muchos de ellos comienzan a entrenarse desde muy pequeños,
dedicando muchas horas diariamente a practicar su deporte, tratando de
acondicionarse en el aspecto físico y llegar a un estado óptimo de resistencia,
fuerza, flexibilidad muscular, etc.
El entrenamiento incluye un estricto régimen alimenticio.
Se requiere seguir un riguroso plan de nutrición lo cual quiere decir que hay
ciertas cosas que aunque le gusten al atleta no puede comerlas y quizás otras
que no le gustan mucho deben ser incluidas en la dieta. Deben seguir también un
estricto horario en cuanto al descanso, deben dormir un número de horas
diariamente por lo que no pueden acostarse muy tarde. Por esta razón deben evitar
muchas actividades sociales. En otras palabras, su vida es muy distinta a la
del resto de sus amigos de su misma edad. Sin dudas se requiere un alto nivel
de sacrificio solamente para lograr participar en las Olimpiadas. Mucho más
para lograr ganar una medalla.
Los corintios estaban muy familiarizados con los eventos
deportivos. De hecho los juegos olímpicos tuvieron su origen en Grecia. Por esa
razón el pasaje de hoy hace una comparación entre la vida de los atletas y la
vida de los creyentes en Cristo. Aquí, el apóstol Pablo exhorta a los Corintios
a que entendieran la necesidad de tomar en serio la nueva vida que habían
comenzado a vivir y a desear el triunfo espiritual de todo corazón, de la misma
manera que el atleta que quiere obtener el premio. “Corred de tal manera que lo
obtengáis”, les dice. Pero también les advierte que habrá muchas cosas que
pueden ser obstáculos en su deseo de triunfar, de las cuales tendrán que
abstenerse y eliminar de sus vidas. Al igual que para el atleta estas cosas son
perjudiciales en el aspecto físico, para el creyente son dañinas al espíritu y
afectan la comunión con el Señor.
Finalmente Pablo habla de una diferencia, una gran
diferencia: “…ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero
nosotros, una incorruptible”. La corona por la cual se sacrificaban aquellos
atletas era una corona corruptible, pasajera, una corona de laureles que en
pocos días se convertiría en una guirnalda marchita. La corona que espera a
aquellos que han decidido seguir a Cristo cada día de su vida es una corona
incorruptible, perfecta, eterna, que nos será entregada al final de nuestra
jornada en este mundo.
Varios años más tarde, presintiendo que su final se
acercaba, Pablo escribió a su hijo espiritual Timoteo. En esta carta le dice:
“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está
cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor,
juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su
venida” (2 Timoteo 4:6-8). Pablo se refería a su vida como una carrera, la cual
había corrido “guardando la fe”. Por eso podía esperar “la corona de justicia”.
Pidamos a Dios que nos ayude a mantenernos firmes en la
fe, de manera que disfrutemos plenamente nuestras vidas y al llegar al final de
nuestras carreras podamos obtener la corona que Él nos promete.
ORACIÓN:
Padre Eterno, ayúdame a correr mi carrera con una actitud
de sacrificio y entrega a ti, desechando todo aquello que pueda ser un
obstáculo en mi crecimiento espiritual y absteniéndome de todo lo que afecte mi
relación contigo. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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