Miqueas 7:18-20
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y
olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo,
porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros;
sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros
pecados. Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste
a nuestros padres desde tiempos antiguos”.
Generalmente a todos nos cuesta mucho trabajo perdonar a quienes
nos han ofendido. Pero a medida que crecemos espiritualmente, y entendemos que
para mantener una buena comunión con el Señor es necesario perdonar, entonces
hacemos un esfuerzo y extendemos nuestro perdón al ofensor. Pero muchas veces
lo hacemos a regañadientes y con el ceño fruncido. Incluso a veces decimos:
“Bueno, yo perdono pero no olvido”. Ciertamente, esta no es la manera en la que
Dios desea que perdonemos. Dios espera que nuestro perdón sea igual al perdón
que él nos ha otorgado a través del sacrificio de Cristo. Cuando Jesús enseñó a
sus discípulos a orar, los exhortó a que pidieran al Padre: “Perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo
6:12). Para lograr esto, el pasaje de hoy nos enseña algunos puntos que debemos
poner en práctica:
1. Dios se olvida
del pecado de sus hijos. ¡Qué maravilloso es que el Señor quiere que lo
conozcan no sólo porque es capaz de perdonar, sino también porque no se
acordará nunca más de nuestros pecados, ni los mencionará jamás! Alguien dijo:
“Dios tiene muy buena memoria. Él siempre recuerda olvidar”. En Jeremías 31:34,
Dios dice: “Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de
ellos hasta el más grande, dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos,
y no me acordaré más de su pecado”.
2. Dios se enoja
ante la maldad y el pecado, pero vuelve a derramar su amor sobre nosotros tan
pronto nos perdona. Cuando dejamos que el enojo permanezca en nuestros
corazones, echa raíces y se crea un resentimiento que no nos permite perdonar
genuinamente. Antes que termine el día tenemos que orar y pedir la ayuda del
Espíritu Santo para que nos ayude a disipar cualquier enojo que se haya
producido durante el día. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre
vuestro enojo” (Efesios 4:26).
3. Dios se deleita
en misericordia. La misericordia de Dios se manifiesta cuando no nos da
lo que merecemos recibir. Y este pasaje dice que el Señor “se deleita en
misericordia”. Esto es lo que más difícil nos resulta hacer a nosotros. Quizás
podamos llegar a perdonar genuinamente, pero, ¿deleitarnos en tener
misericordia con los demás? ¿Sentir deleite en perdonar? Esto está tan lejos
del alcance de nuestra naturaleza humana, que realmente es imposible lograrlo
sin el poder del Espíritu Santo obrando en nosotros. De esta manera Esteban,
“lleno del Espíritu Santo”, pudo perdonar a un grupo de enfurecidos judíos que
lo apedreaban hasta que lo mataron. Dice Hechos 7:60 que Esteban, “puesto de
rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado”.
¡Qué preciosa expresión del profeta Miqueas cuando afirma
en el pasaje de hoy que Dios “volverá a tener misericordia de nosotros;
sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros
pecados”! Alguien añadió lo siguiente: “Y entonces pondrá un letrero que dice:
“PROHIBIDO PESCAR” ¡Qué tranquilidad tan grande se siente al saber que cuando
nuestro Padre celestial nos perdona, lo hace de verdad y para siempre! Debemos
tratar de perdonar de esta manera a aquellos que nos han hecho daño.
Para que podamos perdonar a alguien de la manera en que
Dios quiere que perdonemos, es necesario en primer lugar, establecer una íntima
y sincera comunión con Dios por medio de la lectura de su palabra y la oración
diaria, para que su Santo Espíritu tome autoridad sobre nosotros y pueda llevar
a cabo su obra transformadora en nuestras vidas. En segundo lugar debemos
hacernos el firme propósito de perdonar y olvidarnos de las ofensas que nos han
hecho. Entonces podremos perdonar de manera que agrademos a nuestro Padre
celestial.
ORACIÓN:
Bendito Dios, gracias por tu perfecto perdón a través de
la sangre de tu Hijo Jesucristo. Por favor capacítame de manera que yo pueda
perdonar y amar a aquellos que me han herido, como tú lo has hecho. Te lo pido
en el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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