Romanos 12:4-8
“Porque de la manera que en un cuerpo
tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función,
así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los
unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia
que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si
de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la
exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el
que hace misericordia, con alegría”.
Como parte del cuerpo de Jesucristo, todos los miembros
de su iglesia tenemos la encomienda de ser instrumentos en su propósito de
transformar al mundo por medio del conocimiento de la verdad y el poder de su
evangelio. El pasaje de hoy nos enseña que, al igual que los miembros del
cuerpo humano, no todos tenemos la misma función, sino que debemos actuar
conforme al don que nos fue dado por el Espíritu Santo. (1 Corintios 12:11). La
iglesia es como una caja de herramientas destinadas a llevar a cabo una tarea.
Hay diversos tipos de herramientas en esa caja, de diferentes tamaños y formas,
cada una de ellas con una cierta función. De vez en cuando, el carpintero mete
la mano en la caja, y saca aquella herramienta que necesita en ese momento para
la labor específica que va a realizar. No hay herramienta mejor o más útil que
otra; todas son igualmente necesarias para la obra que se está realizando, y la
falta de una de ellas pudiera obstaculizar e incluso impedir la conclusión
satisfactoria del trabajo.
Dios te necesita para llevar a cabo sus planes de
salvación para este mundo perdido. Tú tienes una función específica que
realizar en esos planes divinos. La pregunta es: ¿Estás tú disponible para
Dios? El enemigo puede afectar tu disponibilidad como herramienta si logra
poner dudas en tu mente acerca de tu eficiencia, tu valor, tus condiciones
morales, tu capacidad o tu sabiduría. Pero si actúas en el nombre del Señor
podrás llevar a cabo tu función con excelencia. El apóstol Pablo trata sobre
este asunto en su primera carta a los Corintios donde dice: “Mirad, hermanos,
vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos
poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para
avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a
lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es,
para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1
Corintios 1:26-29). No importa cuán débil crees tú que eres, o cuan poco
inteligente; no importa tu pasado o de dónde te sacó el Señor, lo único que
importa es si tienes un corazón dispuesto para Dios. Recuerda siempre esto:
Dios no llama a los capacitados, él capacita a los llamados que han respondido
a su voz.
Juan capítulo 20 nos cuenta que María Magdalena estaba
llorando junto al sepulcro de Jesús. Allí estaba ella sola, desconsolada,
confundida, sin esperanza, cuando de pronto se volvió, y allí estaba Jesús
junto a ella. Al principio no lo reconoció, pero cuando Jesús le dijo:
“¡María!”, ella supo que era el Maestro, que había resucitado. Entonces el
Señor la mandó que fuera a decirles a los discípulos las buenas noticias. Y “fue
entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había
visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas” (Juan 20:18). Tiempo atrás
Jesús había liberado a María Magdalena de siete demonios (Lucas 8:2). Desde
entonces ella había amado al Señor, lo había seguido, le había servido, y fue
la primera que lo vio después de su resurrección. Allí él la llamó por su
nombre, y le encomendó una tarea. Ella inmediatamente obedeció, y fue, y
transmitió a los discípulos exactamente lo que Jesús le había dicho.
Jesús hoy está a tu lado, y te llama por tu nombre, y
quiere darte una encomienda. ¿Estás tú disponible para el Señor? Al igual que
María Magdalena, ¿serás obediente y llevarás a cabo tu tarea? ¿Serás una
herramienta útil en las manos de Dios? ¿O ignorarás su llamado? Lee su palabra
diariamente, medita en ella, pasa tiempo en oración. Entonces escucharás su
voz. Tú decidirás qué hacer.
ORACIÓN:
Padre santo, te doy gracias por el privilegio que me das
de ser una herramienta en tus manos. Ayúdame a estar siempre disponible para ti
y capacítame para servirte de manera que tu nombre sea glorificado. En el
nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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