Mateo 6:5-8
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas;
porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las
calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su
recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora
a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que
piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a
ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que
vosotros le pidáis”.
Jesús estaba conversando con sus discípulos acerca de la
oración cuando les dio estas instrucciones. Muchas personas se basan en el
último versículo de este pasaje para cuestionar la necesidad de orar. Y suelen
decir: “Si Dios ya lo sabe, ¿qué necesidad hay de orar?” Otros afirman que no
hay que orar por las cosas materiales, pues estas están resueltas de todas
maneras. Estos se apoyan en las palabras de Jesús en Lucas 12:29-30: “Vosotros,
pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de
beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las
gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas”.
Entonces, ¿para qué orar?
Lo cierto es que no oramos para informarle a Dios de
nuestras necesidades, pues él lo sabe todo. En realidad el propósito
fundamental de la oración es entablar una íntima comunión con Dios de manera
que podamos llegar a conocer su voluntad y sus planes para la vida de cada uno
de nosotros. Así aprenderemos a pedirle de acuerdo a sus propósitos, y sus planes
de bienestar y prosperidad se llevarán a cabo en nuestras vidas (Jeremías
29:11). En su carta el apóstol Santiago nos advierte: “Pedís, y no recibís,
porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). El Espíritu
Santo nos enseña a pedir de la manera correcta cuando dedicamos tiempo a orar
diariamente. Así dice Romanos 8:26-27: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda
en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos,
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el
que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque
conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”.
El creyente que descuida el aspecto de la oración, que no
dedica un tiempo diariamente a acercarse al trono de la gracia a darle gracias
a Dios porque él suple a diario su alimento, el lugar en el que vive, su ropa,
las necesidades básicas e incluso los lujos de la vida, crea un sentido de
autosuficiencia que inevitablemente endurece su corazón. Cuando actuamos de
esta manera, poco a poco sucumbimos al engaño satánico de que nuestra sabiduría
y nuestras habilidades son suficientes para que podamos conseguir todas estas
cosas sin contar con Dios para nada. Por el contrario, cuando humildemente
reconocemos nuestra dependencia del Señor, y día tras día venimos a él en
oración con corazones agradecidos seremos abundantemente bendecidos.
¿Por qué debemos orar? Porque Dios nos ha facilitado este
medio para llegarnos a su santa presencia, para que podamos conocerle
íntimamente, para que su Santo Espíritu obre en nuestras vidas y nos consuele
en la aflicción, y nos llene de su gozo y de su paz. Y mientras más conocemos a
Dios más creemos en sus promesas, y más confianza tenemos en él para pedirle
sabiendo que “todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”, como
dijo Jesús a sus discípulos en Mateo 21:22.
Confía en que Dios conoce exactamente lo que tú necesitas
para vivir una vida llena de paz, felicidad y muchas bendiciones. Pídele que su
voluntad sea hecha en todo lo que pidieres, y dale gracias anticipadamente
sabiendo que recibirás mucho más de lo que has pedido, pues él “es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos” (Efesios 3:20).
Oración:
Amado Padre, ayúdame a reconocer mi necesidad de vivir en
comunión contigo. Pon en mi corazón un ferviente deseo de buscar tu rostro en
oración día tras día, para que yo pueda recibir de ti la fortaleza, la
sabiduría y el valor para vivir en armonía contigo. En el nombre de Jesús,
Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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