Daniel 5:18-21
“El Altísimo Dios, oh rey, dio a
Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad. Y por
la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban y
temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien quería daba vida;
engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba. Mas cuando su corazón
se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del
trono de su reino, y despojado de su gloria. Y fue echado de entre los hijos de
los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las bestias, y con los asnos
monteses fue su morada. Hierba le hicieron comer como a buey, y su cuerpo fue
mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene
dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place”.
Estas palabras fueron pronunciadas por el profeta Daniel
a Belsasar, rey de Babilonia, cuando éste le llamó con el fin de que
interpretara una escritura que había aparecido en la pared de uno de los
salones del palacio (Daniel 5:1-5). Daniel entonces le contó acerca del reinado
de su padre Nabucodonosor muchos años antes, y de la actitud de soberbia del
mismo, y las consecuencias de esa actitud.
En el capítulo 4:29-32 de este libro, vemos la descripción
de este evento al cual se estaba refiriendo Daniel. Dios le había dado a
Nabucodonosor el reino y la gloria. Y un día, paseándose en el palacio real,
mientras contemplaba todas sus riquezas, el rey dijo en voz alta: “¿No es ésta
la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y
para gloria de mi majestad?” Inmediatamente después que Nabucodonosor pronunció
estas palabras llenas de orgullo y soberbia se escuchó la voz de Dios que le
decía: “A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y
de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu
habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre
ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los
hombres, y lo da a quien él quiere”.
En el Nuevo Testamento encontramos otra historia que
refleja una actitud similar con sus correspondientes malas consecuencias. Se
trata del rey Herodes Agripa, el cual “echó mano a algunos de la iglesia para
maltratarles. Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan. Y viendo que esto
había agradado a los judíos, procedió a prender también a Pedro” (Hechos
12:1-3). Más adelante la Biblia dice que “un día señalado, Herodes, vestido de
ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba
gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre!” El rey no los corrigió, ni se mostró
en desacuerdo con los halagos de la multitud, sino todo lo contrario, se
envaneció y se llenó de orgullo. Y “al momento un ángel del Señor le hirió, por
cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (Hechos 12:23).
Quizás estos ejemplos puedan parecer extremos en cuanto a
los resultados de la soberbia de esos dos hombres, pero siempre debemos
aprender de lo que leemos en la Biblia. En mayor o menor grado la persona
soberbia tendrá que sufrir malas consecuencias. La Biblia lo resume en Santiago
4:6: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”. La humildad es
una característica que está relacionada con la obediencia y la sumisión a la
voluntad de Dios. El ejemplo por excelencia lo tenemos en Jesús, el cual dejó
su gloria y “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz”. Por eso Dios “le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que
es sobre todo nombre” (Filipenses 2:7-9). Y en Mateo 11:29, Jesús nos exhorta a
imitarle cuando dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
La persona soberbia no tiene en cuenta para nada la
autoridad de Dios, pues su orgullo le hace pensar que no necesita del Señor.
Tampoco agradece sus bendiciones pues cree que todo se lo merece. Por eso su
vida va dirigida al fracaso.
Reflexiona en esta enseñanza y hazte el firme propósito
de conocer la voluntad de Dios leyendo su palabra y orando diariamente.
Entonces sé humilde y obedece sus instrucciones. Y sobretodo agradece todas sus
bendiciones.
ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te ruego me ayudes a asimilar
esta enseñanza y a aplicarla a mi vida, de manera que yo pueda actuar con
humildad siempre, obedeciéndote y agradeciéndote todas tus bondades para
conmigo. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
No hay comentarios:
Publicar un comentario