¿Ya aprendiste a depender
de Dios?
Deuteronomio 8:1-10
“Cuidaréis de poner por obra todo
mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y
entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros
padres. Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios
estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber
lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te
afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías
tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan
vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el
hombre. Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en
estos cuarenta años. Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el
hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga. Guardarás, pues, los
mandamientos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y temiéndole”.
Este pasaje nos muestra al pueblo de Israel, con la
Tierra Prometida finalmente a la vista después de deambular 40 años a través
del desierto. Su líder Moisés se dirige a ellos y los desafía a recordar los
eventos de aquellos años pasados. Durante todo ese tiempo, Dios los probó de
diferentes maneras para saber lo que había en sus corazones y si obedecerían
sus mandamientos, y sobre todo para darles una gran lección. Moisés les dice:
“Te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no
conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo
de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el
hombre”. Ciertamente los israelitas habían dependido de Dios en todo. No sólo
en el suministro de comida, sino también en la protección y el cuidado en todos
los aspectos.
Douglas Bourto-Christie, profesor de Teología en Loyola
Marymount University, decidió caminar los últimos kilómetros para llegar a su
retiro espiritual en un monasterio egipcio. Se bajó del autobús en una pequeña
villa y, lleno de confianza, se dispuso a cruzar el desierto. Unas horas
después se dio cuenta que estaba perdido. Finalmente encontró el camino, pero
en lugar de hacer su entrada al monasterio orgulloso y seguro de sí mismo,
llegó agotado, humillado y agradecido de estar vivo. Después dijo: “Esta experiencia
me enseñó algo muy importante: al entrar en el desierto me vi obligado a
renunciar a la ilusión de control”. Controlar nuestro propio destino es una
fantasía a la que nos aferramos. Pero cuando Dios nos lleva por un “desierto”
aprendemos que nuestra única esperanza descansa en él y que sólo de él debemos
depender.
La tecnología relacionada al estudio de los huracanes, su
dirección, trayectoria e intensidad ha avanzado extraordinariamente en los
últimos años. Sin embargo, a pesar de los grandes conocimientos sobre estos
fenómenos naturales acumulados durante años en modernísimas computadoras, los
meteorólogos están limitados a dar un pronóstico de la trayectoria de un
determinado huracán (el cual nunca es cien por ciento exacto), y un estimado de
la intensidad de los vientos y la velocidad de traslación (las cuales varían
con bastante facilidad). Y lo más importante: no pueden hacer absolutamente
nada para cambiar ninguna de estas características del ciclón, a pesar de que
darían parte de sus vidas por controlar la dirección del mismo y dirigirlo
hacia el océano donde no ocasionara daño alguno. Simplemente no pueden.
¿Acaso está Dios tratando de enseñarnos algo? ¿Se dará
cuenta el mundo que nada podemos hacer por nosotros mismos? Jesús dijo
claramente a sus discípulos: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Si queremos vivir una vida de victoria, tenemos que aceptar nuestra total
dependencia del único que puede dirigir nuestro destino a través del desierto y
llevarnos hasta la Tierra Prometida que él tiene para cada uno de nosotros.
Si en estos momentos estás perdido en medio de un
desierto de pesar e incertidumbre, quizás Dios te está enseñando a depender de
él. Proverbios 3:5 nos indica claramente cuál debe ser siempre nuestra actitud:
“Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”.
ORACIÓN:
Padre santo, gracias por lo que me enseñas a través de tu
Palabra. Ayúdame a eliminar mis complejos de soberbia y autosuficiencia. Enséñame
a depender de ti en todo, aún en aquellas cosas que yo considero “simples” y
sin importancia. Hoy yo me rindo a ti, y quiero depender absolutamente de ti.
En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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