¿Puedes permanecer
callado?
Marcos 15:1-5
“Muy de mañana, habiendo tenido consejo los
principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el
concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices. Y los
principales sacerdotes le acusaban mucho. Otra vez le preguntó Pilato,
diciendo: ¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te acusan. Mas Jesús ni aun
con eso respondió; de modo que Pilato se maravillaba”.
Callar no es precisamente una cualidad intrínseca del ser
humano. Desde muy pequeños, los niños muestran una marcada tendencia a tratar
de captar la atención de los demás ya sea llorando, o gritando o, cuando
aprenden a pronunciar palabras, hablando sin cesar. Cuando somos adultos, ya no
lloramos o gritamos como los pequeños, sin embargo todavía nos resulta difícil
callarnos, sobre todo cuando nos insultan o nos acusan injustamente. Por eso,
en el pasaje de hoy, Pilato se maravilló cuando Jesús permaneció callado ante
las acusaciones de que era objeto por parte de los sacerdotes judíos. Seguir el
ejemplo de Jesús no es nada fácil, sin embargo la Biblia nos exhorta a mantener
una actitud pasiva y prudente en situaciones en las que nuestra naturaleza
carnal nos impulsa a defendernos de acusaciones falsas o de alguna calumnia de
la que hemos sido víctimas. Por ejemplo, Proverbios 19:11 dice: “El buen juicio
hace al hombre paciente; su gloria es pasar por alto la ofensa”.
En Mateo 12:34, Jesús les dice a un grupo de judíos:
“¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de
la abundancia del corazón habla la boca”. Ciertamente un corazón lleno de ira y
amargura producirá palabras que no glorificarán el nombre de Dios. Por eso, en
su carta a los efesios, el apóstol Pablo les dice: “Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed
benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios
también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32). Pablo nos advierte
que debemos despojarnos de “toda amargura”, pues hay un peligro muy grande
cuando permitimos que ésta se acumule en el corazón y eche raíces. Hebreos
12:15 nos alerta de la siguiente manera: “Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y
por ella muchos sean contaminados”. De igual manera debemos librarnos de enojo,
ira, gritería y maledicencia, ya que nada de esto proviene de Dios.
En la corte judicial de un pequeño pueblo había un
abogado que solía hacer comentarios despectivos y usaba en ocasiones lenguaje
provocativo dirigido al juez en funciones de dicho tribunal. En lugar de tomar
medidas enérgicas contra el abogado y mandarle a callar, el juez sonreía y se
quedaba callado. La gente se preguntaba cómo podía ser tan paciente. En una
ocasión, durante una cena, alguien le preguntó al juez: “¿Por qué usted no hace
algo respecto a ese insolente abogado?” El juez puso su tenedor en el plato, y
con una leve sonrisa contestó: “Tengo una vecina que tiene un perro. Siempre
que hay luna llena, el perro ladra sin cesar toda la noche”. Luego, el juez
reanudó su comida tranquilamente. Una persona le preguntó: “Pero señor juez,
¿qué tiene que ver eso del perro y la luna con ese abogado?” Él contestó: “Pues
que la luna simplemente ¡sigue brillando!”
Los sacerdotes judíos insultaron y acusaron a Jesús. Él
simplemente calló. Y su gloria siguió brillando y seguirá alumbrando por la
eternidad. Debemos aprender a callar en lugar de hablar algo ofensivo. Y si es
absolutamente necesario que hablemos en nuestra defensa, debemos hacerlo con
mansedumbre, controlando las emociones y recordando que “la blanda respuesta
quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1). Ciertamente
podríamos evitar muchos problemas si aprendiéramos a hablar con suavidad, y a
callarnos cuando no tuviéramos algo bueno que decir de la otra persona.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego llenes mi corazón de tu amor y de
tu paz, de manera que siempre que yo hable lo haga con palabras que edifiquen y
no ofendan aun en momentos en que me han herido u ofendido de alguna manera. Y
dame la fuerza para permanecer callado cuando sea prudente hacerlo. En el
nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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