¿No tienes Paz?
Juan 16:33
“Estas cosas os he hablado para que en mí
tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al
mundo”.
En este pasaje, Jesús se encontraba conversando con sus
discípulos acerca del futuro que se aproximaba. Dentro de poco él sería
arrestado, juzgado y crucificado. Ellos también, más tarde, pasarían por
situaciones terribles. Serían aborrecidos, perseguidos, falsamente condenados e
incluso torturados. Y lo peor de todo: ya el Señor no estaría con ellos. Pero en
medio de tantas malas noticias, Jesús les estaba dando ánimo. Les anunciaba la
venida del Espíritu Santo, y con él el poder para hacer frente al enemigo y
todos sus ataques. Allí Jesús les aseguró que si confiaban, aun en medio de
tanta aflicción, ellos tendrían paz simplemente porque él había vencido al
mundo.
Casi ochocientos años antes del nacimiento de Jesús el
profeta Isaías profetizó: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el
principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios
Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6). Al nacer Jesús se cumplió
esta profecía. Por eso, cuando la multitud de ángeles anunciaba su nacimiento a
los pastores, al unísono decían: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra
paz, buena voluntad para con los hombres!” La palabra original en griego que se
traduce como paz significa “atados juntos”, la cual nos ofrece una luz
fascinante acerca del único recurso seguro de paz. Romanos 5:1 dice:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo”, es decir que cuando, por medio de la fe, creemos que Jesús
murió en la cruz por nosotros y que después resucitó venciendo a la muerte,
somos justificados y tenemos paz con Dios. Esto significa que nosotros hemos
sido “atados juntos” con un Dios totalmente santo después de haber estado
separados de él por causa del pecado. Por lo tanto, el elemento clave de la paz
eterna es la presencia de Dios en nuestras vidas. La Biblia no nos promete una
vida sin problemas o dificultades, pero sí nos asegura que aún en medio de
difíciles situaciones podemos sentir paz y obtener la victoria. Nuestra
victoria es principalmente espiritual, pero afecta profundamente lo natural.
Esto tenemos que creerlo de todo corazón y rechazar todo pensamiento negativo
que el enemigo ponga en nuestras mentes.
En su carta a los filipenses, el apóstol Pablo escribió:
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de
Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7). Esta paz proviene de la firme
confianza en nuestro Padre celestial, cuyo amor y misericordia permanecen
inmutables. Esta paz es un sentimiento interno de quietud y contentamiento que
está por encima de las circunstancias de la vida. Esta paz es la presencia de
gozo en medio de la infelicidad. Es una paz profunda, inexplicable que nace de
adentro hacia fuera, independientemente de la situación en la que nos
encontremos. Pablo nos exhorta a buscar esa paz en medio de circunstancias
difíciles por medio de la oración, en lugar de afanarnos y llenarnos de
ansiedad.
En muchos de sus Salmos, David expresa su búsqueda de la
presencia de Dios a toda hora, en todo lugar, en todas las circunstancias. Esa
constante búsqueda del rostro del Señor siempre resulta en una paz inefable,
que no se puede entender pero que se siente en lo más profundo del corazón. Por
eso, al llegar la noche, David podía decir: “En paz me acostaré, y asimismo
dormiré; porque sólo tú, Señor, me haces vivir confiado” (Salmo 4:8).
La paz verdadera no es meramente pintar nuestro dolor con
lindos colores. Una persona que tiene la genuina presencia de Dios soportará
una avalancha de dolor y dificultad, y aún en esas circunstancias tendrá una
paz interna que sobrepasará todo entendimiento humano. Si tú no sientes esta
paz, búscala acercándote al Señor cada día para pasar un tiempo de oración,
escudriñando su Palabra, meditando en ella y poniéndola en práctica.
ORACIÓN:
Padre amado, gracias por la paz que viene a nosotros por
medio de tu santa presencia. Ayúdame a mantenerme bien cerca de ti para
disfrutar de esa paz que sobrepasa todo entendimiento. En el nombre de Jesús,
Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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