¿Estás
compartiendo el amor de Dios?
Juan 13:34-35
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros;
como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos
que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.
Un conocido ministro cristiano escribió: “Una vez que el
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo,
nosotros deliberadamente comenzamos a identificarnos con los intereses y
propósitos de Jesucristo en las vidas de otros”. De esta manera lo expresó el
apóstol Pablo en su carta a los Romanos: “Y la esperanza no avergüenza; porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos fue dado” (Romanos 5:5). Y Jesús, en Juan 15:12,13 nos dice: “Este es
mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene
mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.
En este último versículo, así como en el pasaje de hoy
está totalmente claro que amar a los demás no es una opción para el cristiano;
es una orden, un mandamiento que
nos dejó Jesús a todos los que habríamos de seguirlo, y que él espera que lo
llevemos a la práctica. Por nuestras propias fuerzas, en muchas ocasiones nos
resultará imposible obedecer este mandamiento, pero si hemos nacido de nuevo,
con la ayuda del Espíritu Santo podremos amar aun a aquellos que nos han
ofendido o nos han hecho daño. El apóstol Juan, en el cuarto capítulo de su
primera carta enfatiza en el amor exhortando a los creyentes a amarse unos a
otros. Dice: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo
aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha
conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).
Debemos recordar que los cristianos somos luz en un mundo
oscurecido por el pecado, y que esa luz no se puede esconder (Mateo 5:14). Así
es que decidámonos a compartir con aquellos que nos rodean la paz y el amor del
Señor que hemos recibido por medio del Espíritu Santo. Desde que el apóstol
Pablo conoció a Jesús en el camino a Damasco, entregó a él su vida y se dedicó
a darlo a conocer al mundo y a mostrar el amor que el Señor había depositado en
su corazón. Por donde quiera que Pablo iba, Jesucristo siempre podía hacer uso
de su vida. Muchas veces nos concentramos sólo en nuestras propias metas, por
lo que Dios no puede usarnos de la manera que él desea. La motivación de la
vida del apóstol Pablo fue la entrega y la devoción a Jesús. Y esta devoción la
manifestaba por medio del amor a los demás, aunque en ocasiones no recibía el
merecido pago. Así lo expresa en 2 Corintios 12:15: “Yo con el mayor placer
gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas,
aunque amándoos más, sea amado menos”. Tenemos que luchar contra la tendencia
humana a ser devotos de las cosas que nos traen satisfacción y beneficios
materiales, y preocuparnos más por recibir los beneficios espirituales que
vienen de Dios.
La comunión con el Señor implica más que un tiempo diario
a solas con él. Es necesario que como resultado de este tiempo devocional, en
nuestros corazones se produzca el deseo de compartir la luz, la paz y el amor
de Jesucristo con el mundo que nos rodea. Y que llevemos a la práctica este
deseo producido por el Espíritu Santo, mostrando a todos con hechos, no sólo
con palabras, el infinito amor de Dios. Cuando el amor de Dios es derramado en
nuestros corazones, sentimos la paz inefable del Señor; cuando compartimos ese
amor, sentimos además el gozo indescriptible del Espíritu Santo.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego perdones mi egoísmo y mi
indiferencia cuando no comparto tu amor con los demás. Pon el fuego de tu Santo
Espíritu en mi corazón para que dondequiera que me encuentre yo sea instrumento
de tu paz y de tu amor, que mi testimonio sea agradable a ti y tu nombre sea
glorificado. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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