¿YA
APRENDISTE A Sembrar?
Gálatas 6:7
“No os engañéis; Dios no puede
ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
Sembrar y segar es una ley que se
aplica tanto en el mundo material como en el mundo espiritual. De acuerdo con la Biblia , segar es una
consecuencia inevitable de sembrar. Como lo dice la escritura de Gálatas 6:7: “No
os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará”. Este texto no dice, «posiblemente» segará o «tal vez»
segará sino «eso también segará». Proverbios 22:8 nos advierte: «El que
sembrare iniquidad, iniquidad segará». Oseas 8:7 habla de los malhechores que
«sembraron viento, y torbellino segarán».
En la actualidad aún existen muchas
personas no le dan importancia a este principio. Por ejemplo, algunos padres de
familia piensan que pueden vivir vidas pecaminosas sin hacerles daño a sus
hijos por su mal ejemplo. Los jóvenes piensan que pueden sembrar a la carne
ahora y luego no segar la miseria y la vergüenza. Muchos siembran alcoholismo y
piensan que pueden tener un poco de placer mundano hoy, sin preocuparse de las
consecuencias del mañana. Proverbios 23:31 dice: “No mires al vino cuando
rojea, cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente; mas al fin
como serpiente morderá y como áspid dará dolor”. Otros siembran inmoralidad
sexual, sin tomar en cuenta que la fornicación, o sea el sexo fuera del
matrimonio, es pecado (Gálatas 5:19). Otros siembran materialismo y a la
adquisición de riquezas, mas la
Biblia dice que “raíz de todos los males es el amor al dinero”
(1 Timoteo 6:10). Es definitivo, el segar es consecuencia inevitable del
sembrar.
Segaremos como hayamos sembrado.
Génesis 1:11-12 habla del segar «según su género». Oseas 10:13 dice: «habéis
arado impiedad, y segasteis iniquidad». Es que, la justicia con frecuencia toma
una forma similar a la del crimen. Por ejemplo, Jacobo, el engañador en Génesis
capítulos 27 y 37, asimismo fue engañado. David el Rey, manchó a un hogar por
su codicia, y sufrió más tarde la mancha de su propia familia. Hoy en día,
cuando los padres se divorcian, luego sus hijos tampoco pueden mantener sus
matrimonios y también se divorcian. Si los padres no son fieles en la
asistencia a los cultos de la iglesia, tampoco lo serán sus hijos. Siempre
segaremos como hayamos sembrado.
A veces, incluso, segaremos más
de lo que hayamos sembrado. Oseas 8:7 les advirtió al pueblo de Dios desviado
que habían sembrado el viento, y que iban a segará el torbellino. De hecho, el
pecado —cualquier pecado— no arrepentido siempre es así. Por ejemplo, si
pecamos contra nuestros propios cuerpos, pasando pocos momentos en la
inmoralidad y del placer carnal, segaremos una vida entera de la vergüenza y el
dolor, y posiblemente la eternidad en el castigo eterno. Isaías 57:20-21 dice:
«Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y
sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos».
Muchas veces la gente habla de los «pecadillos» y los «delitos» como las
ofensas ligeras de las cuales Dios no toma en cuenta. Sin embargo,
bíblicamente, cualquier pecado que cometemos que no sea perdonado por la sangre
de Cristo es suficiente para condenarnos eternamente. El pecado es así. Es una
ofensa enorme en los ojos de Dios. Es una ofensa contra la santidad del
Soberano del universo, y por ende merece el castigo. Por tanto, debemos de tener
cuidado al pensar que, ante los ojos de Dios, no hay en los pecados grandes y
pequeños. Todos son igual de graves y ofensivos. Aunque ciertos pecados pueden producir
resultados más graves que otros, en cuanto a las consecuencias para las personas
afectadas por nuestras acciones. No obstante cualquier pecado —aún solamente un
pecado— que no sea propiciado por la sangre derramada de Cristo es suficiente
para condenarnos. Por eso, segaremos más que lo que hemos sembrado. «Porque el
que siembra para su carne, de la carne segará corrupción» dijo el apóstol en
Gálatas 6:8.
Siempre segaremos por más tiempo
que el que hemos sembrado. Así sucede en el mundo físico también. El agricultor
siembra por un día, pero puede cosechar la mies por varias semanas o hasta
algunos meses. En el mundo espiritual, si sembramos por algunos días del
pecado, y si no recibimos el perdón que solamente puede venir por la sangre de
Cristo, segaremos el castigo eterno. Mateo 25 registra la descripción de Cristo
de la escena del juicio en el día postrero. Al hacer dos divisiones en toda la
humanidad que nunca ha vivido, versículo 41 dice de Juez: «Entonces dirá
también a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles». Luego, el versículo 46 agrega: «E irán
éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna». La palabra traducida
«eterno» en la frase «el castigo eterno» es de la misma palabra en el griego
que la palabra «eterna» en la frase «la vida eterna». Por lo tanto, igual el tiempo
que durará el premio en los cielos para los justos con Dios y Cristo y el
Espíritu Santo y todos los ángeles, así durará el castigo para los impíos que
ignoran a Cristo y que rechazan el evangelio.
En Judas 7 se habla de los
habitantes que una vez vivieron en Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas que
habían fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza. Añade que aún en el
tiempo de Judas en el primer siglo después de Cristo, esos pecadores estaban
«sufriendo el castigo del fuego eterno». ¡Qué triste! Al pecar por unos cortos
días aquí en la tierra, una persona sufrirá por siempre en el fuego del infierno
si no es limpiada de su maldad por la sangre de Cristo. Es cierto, segaremos
por más tiempo que el que hemos sembrado.
Por lo tanto, hay que sembrar al
Espíritu para segar la vida eterna (Gálatas 6:8). Se siembra al Espíritu por la
fe y la obediencia al evangelio. Es necesario oír el evangelio y creer en
Cristo como su Salvador resucitado de los muertos (Juan 8:24; Romanos 10:9, 10).
Además, al creer, uno tiene que obedecer a Cristo por arrepentirse de sus
pecados (Lucas 13:3), y por confesar con sus labios el dulce nombre de Jesús
como el Hijo de Dios (Romanos 10:9,10), y ser bautizado en agua para perdón de
sus pecados (Hechos 2:38; Marcos 16:16). Al ser obedientes así al evangelio de
Cristo, Cristo nos añadirá a su iglesia (Hechos 2:47), donde tendremos que
servirle fielmente hasta el fin.
“Gracia y Paz”
Phillip Gray
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