1 Juan 1:5-8
“Este es el
mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas
tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en
tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como
él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su
Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”.
Este pasaje es
parte de una carta que el apóstol Juan escribió a las iglesias cercanas a la
ciudad de Éfeso. El motivo fundamental de la epístola fue dar seguridad sobre
la vida eterna a aquellos que se habían convertido al cristianismo. Había entre
ellos incertidumbre acerca de su condición espiritual, la cual tenía su origen
en falsas doctrinas que se estaban propagando en aquellos tiempos. Por eso les
dice un poco más adelante: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en
el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que
creáis en el nombre del Hijo de Dios” (v.13).
Juan les dice
que Dios “es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. Por lo tanto, para vivir
en comunión con Dios tenemos que andar en luz. Sin embargo, no podemos decir
que no tenemos pecado, pues “nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no
está en nosotros”. La Biblia
es muy clara al hablar de nuestra condición pecaminosa, la cual proviene de
aquel primer pecado en el jardín del Edén, el cual pasó de generación en
generación y llegó hasta nosotros (Romanos 5:12). Y en Romanos 3:23 dice: “Por
cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. Esto significa
separación de Dios por toda la eternidad, es decir “muerte espiritual”. Lo
maravilloso es que Dios, en su infinita gracia y misericordia, envió a su Hijo
Jesucristo para que él pagara por nuestra culpa en la cruz del Calvario, y de
esta manera perdonarnos y justificarnos y darnos la entrada a su gloria.
Romanos 6:23 dice que “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro”. Y este es precisamente el fundamento, el corazón, el fin principal
del plan de salvación de Dios para la humanidad.
Cuando aceptamos
a Jesucristo como salvador, somos “sellados con el Espíritu Santo de la
promesa”, dice Efesios 1:13. Así que podemos tener la seguridad de que “ninguna
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro” (Romanos 8:39). Ahora bien, Satanás no descansa en su guerra
espiritual y persiste tratando de hacerte pecar, porque él quiere reducir tu
efectividad y tu testimonio cristiano, y es su fin afectar tu comunión con tu
Padre celestial. Tenemos que recordar que el pecado es tan poderoso que
requirió la muerte y la resurrección de Cristo para ser derrotado. Por lo tanto
somete tu vida a Dios y prepárate a resistir los ataques del enemigo. Así dice
Santiago 4:7: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”.
Es cierto que
somos débiles y muchas veces no tenemos la fuerza para resistir. Pero en Dios
siempre tendrás el poder para lograr la victoria. Reconoce tu debilidad y clama
al Señor por ayuda, pues su poder “se perfecciona en la debilidad”, dice 2
Corintios 12:9. Y si algún día tropiezas y caes, ven delante del Señor con un
corazón contrito y humillado, y confiesa tu pecado. Juan, un hombre que había
experimentado una profunda experiencia espiritual a través de su vida, que
conoció personalmente al Mesías, nos dice que: “Si confesamos nuestros pecados,
él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”
(1 Juan 1:9).
Reflexiona en
esta enseñanza, ora y pide al Señor que la grabe en tu corazón. Así podrás
entender que el plan de Dios para nuestra salvación es perfecto. Él dio a su
Hijo unigénito para “que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna” (Juan 3:16). Si tú has creído en Jesucristo de corazón y lo has
confesado con tus labios, tienes la vida eterna, dice Romanos 10:9,10.
ORACIÓN:
Padre Santo, yo creo
en Jesús tu Hijo. Creo firmemente en que su sacrificio en la cruz del calvario
fue para redimirme de mi vida pecaminosa. Creo que solo Él tiene palabras de
vida eterna. Gracias porque por medio de Él tu has provisto los medios para que
yo salga victorioso ante la tentación y el pecado. Gracias por tu hermosa promesa
de la vida eterna. Libérame de todo aquello que aún me ata al pecado y dame la
fuerza que necesito para someterme a ti día con día y resistir los ataques del
enemigo. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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