2 Samuel 11:1-5
“Aconteció al
año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a
Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y
sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la
tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la
casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual
era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron:
Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David
mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se
purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió
a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta”.
Dice este pasaje
que el rey David paseaba por la azotea del palacio y vio a una hermosa mujer
que se estaba bañando; entonces envió mensajeros que la trajeron a él y durmió
con ella. Después Betsabé dio a luz un niño. Pero dice la Biblia que “lo que David
había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (2 Samuel 11:27). Y el
niño enfermó gravemente y murió. Y el rey David sufrió mucho a consecuencia de
su pecado.
En el huerto del
Edén, Eva escuchó las sugerencias de la serpiente, “y vio la mujer que el árbol
era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para
alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido,
el cual comió así como ella” (Génesis 3:6). Como consecuencia de su
desobediencia, ambos perdieron su comunión con Dios y fueron echados del
huerto.
Después de la
toma de Jericó, Josué había decretado que no se tomara cosa alguna de la
ciudad, más bien toda la plata y el oro serían consagrados a Jehová (Josué
6:18-19). Pero un hombre llamado Acán desobedeció, y al ser confrontado por
Josué, respondió: “Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel,
y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno,
y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos,
lo cual codicié y tomé” (Josué 7:20-21). Su pecado hizo que el pueblo de Israel
lo apedreara conjuntamente con su familia y los quemaran a todos después de
apedrearlos.
En sentido
general, las tentaciones tienden a seguir un patrón similar: el ojo ve, la
mente desea y la voluntad actúa. Cualquiera sea la tentación que tenemos frente
a nosotros, cada persona es responsable por sus acciones, y por las
consecuencias de las mismas. Santiago 1:12 dice: “Bienaventurado el varón que
soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la
corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. Sentir la tentación
no es lo mismo que cometer pecado. El diablo tentó a Jesús en el desierto,
después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches (Mateo capítulo 4).
Pero el Señor lo resistió en el poder de la Palabra de Dios y el diablo tuvo que irse sin
lograr su propósito.
Todo ser humano
en el transcurso de su vida pasará por momentos de debilidad en que será
tentado a hacer lo opuesto a la voluntad de Dios. Quizás no podamos evitar ver
algo que no debemos; es posible que no podamos impedir que algunos pensamientos
pecaminosos lleguen a nuestra mente, pero lo que sí depende de nosotros es, en
última instancia, la manera en que actuamos.
¿Qué hacer
cuando nos sentimos incapaces de actuar conforme a la voluntad de Dios? Debemos
resistir como hizo Jesús, diciendo con nuestros labios el poder de la Palabra de Dios, orando y
sometiéndonos a la autoridad del Señor. Santiago 4:7 dice: “Someteos, pues, a
Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Y Jesús les dijo a sus
discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la
verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.
Tenemos a
nuestra disposición los medios para salir airosos frente a las tentaciones. Si
en estos momentos estás luchando con una tentación y sientes que no tienes
fuerzas para rechazarla, arrodíllate y clama a Dios sometiéndote a su voluntad
y autoridad.
ORACIÓN:
Padre santo,
confieso delante de ti que soy débil e incapaz de resistir la tentación que me
acosa muchas veces. Por favor, perfecciona tu poder en mi debilidad y ayúdame a
rechazar todo aquello que no esté de acuerdo a tu voluntad. Te lo pido en el
nombre de Jesús, Amén
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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