viernes, 20 de diciembre de 2013

ORAR ES ACERCARSE A DIOS


1 Tesalonicenses 5:17-18
“Orad sin cesar. Dad gracias en todo…”

Orar es hablar con Dios. Él escucha la oración e invita a todos los hombres a volverse a él (Salmo 65:2; Isaías 45:22). Para el creyente, orar es la expresión de la vida nueva que Dios da a quien confía en él. La prueba de la conversión de Pablo fue que oró (Hechos 9:11). La oración traduce una relación personal con Dios, una relación de fe, de confianza.

La oración cristiana no es, de ninguna manera, un acto mágico que nos da cierto poder sobre los demás o sobre los acontecimientos. Tampoco es un misticismo con el que tratamos de penetrar en nuestra vida interior para alcanzar unos supuestos objetivos. No, la oración nos coloca sencillamente en la presencia de Dios. Cuando el cristiano ora, no está solo, está con Dios; no piensa en sí mismo, sino que mira al Señor.

Hay diferentes tipos de oración: la súplica, el clamor (¡Señor, sálvame!), la acción de gracias (¡Gracias, Señor!), la alabanza del que encuentra su gozo en Dios, la adoración que brota de nuestros corazones cuando nos damos cuenta de la grandeza del amor de Dios.

También oramos para discernir y cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Mediante la oración tratamos de comprender lo que Dios desea, y lo aceptamos para cumplirlo. En la oración que presentó a sus discípulos, Jesús nos enseñó a decir: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6:10).


“Gracia y Paz

La Buena Semilla

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