1 Tesalonicenses
5:17-18
“Orad sin cesar.
Dad gracias en todo…”
Orar es hablar
con Dios. Él escucha la oración e invita a todos los hombres a volverse a él
(Salmo 65:2; Isaías 45:22). Para el creyente, orar es la expresión de la vida
nueva que Dios da a quien confía en él. La prueba de la conversión de Pablo fue
que oró (Hechos 9:11). La oración traduce una relación personal con Dios, una
relación de fe, de confianza.
La oración
cristiana no es, de ninguna manera, un acto mágico que nos da cierto poder
sobre los demás o sobre los acontecimientos. Tampoco es un misticismo con el
que tratamos de penetrar en nuestra vida interior para alcanzar unos supuestos
objetivos. No, la oración nos coloca sencillamente en la presencia de Dios.
Cuando el cristiano ora, no está solo, está con Dios; no piensa en sí mismo,
sino que mira al Señor.
Hay diferentes
tipos de oración: la súplica, el clamor (¡Señor, sálvame!), la acción de
gracias (¡Gracias, Señor!), la alabanza del que encuentra su gozo en Dios, la
adoración que brota de nuestros corazones cuando nos damos cuenta de la
grandeza del amor de Dios.
También oramos
para discernir y cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Mediante la
oración tratamos de comprender lo que Dios desea, y lo aceptamos para
cumplirlo. En la oración que presentó a sus discípulos, Jesús nos enseñó a
decir: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6:10).
“Gracia y Paz
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