Isaías 53:4-7
“Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó
en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca;
como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”.
Este pasaje fue
escrito unos ochocientos años antes del nacimiento de Jesucristo. Aquí, el
profeta Isaías describe el castigo más cruel e injusto que la humanidad haya
conocido. Jesús, sin haber cometido pecado nunca, fue crucificado y sufrió el
terrible dolor de la cruz por amor a nosotros, para librarnos de la condenación
y darnos vida eterna. Mientras tanto su Padre, en el cielo, sufría junto con él
mientras se llevaba a cabo su plan de salvación para la humanidad. ¿Puede acaso
existir un ejemplo más evidente de la presencia de Dios en medio del dolor? A
la pregunta: “¿Dónde está Dios cuando estoy sufriendo?”, hay una sola y
contundente respuesta: “En el mismo lugar que estaba cuando crucificaban a su
Hijo Jesucristo por ti y por mí”.
Los niños
necesitan periódicamente inmunizaciones contra diferentes enfermedades. Con
seguridad los pequeños no entienden que las vacunas son para su bien. Desde su
punto de vista, están experimentando dolor, mientras que alguien que los ama lo
está permitiendo. Tal vez tú recuerdas a tu madre o tu padre cuando te sujetaba
para que el médico pudiera ponerte la inyección. Tal vez le recuerdas
comentando con alguien que la experiencia le dolió más a ella o a él que lo que
pudo haberte dolido a ti. Tal experiencia nos da una pequeña idea de cómo se
relaciona Dios con sus hijos, y como él responde cuando estamos pasando por
pruebas dolorosas.
El pueblo de
Israel fue rebelde y desobediente, y por ello tuvieron que sufrir muy malas
consecuencias. En Isaías 63:9 el profeta nos habla acerca del amor de Dios
hacia su pueblo cuando dice que “en toda angustia de ellos él fue angustiado”.
Esto es exactamente lo que Dios quiere decirnos cuando la aflicción llega a
nosotros: cuando sufrimos, él sufre con nosotros. Claro que para una mente infantil,
este es un concepto totalmente incomprensible, pero cuando crecemos y tenemos
nuestros propios hijos lo vemos claramente. Entonces comenzamos a entender el
infinito amor y la fidelidad de nuestro Padre celestial.
Un conocido
comentarista bíblico dijo: “Nuestro Dios, nuestro Salvador es a veces un Dios
que se oculta a sí mismo, pero nunca un Dios que se ausenta. A veces está en la
oscuridad, pero nunca en la distancia”. Hebreos 13:5 nos recuerda que él dijo:
“No te desampararé, ni te dejaré”. Esta es una preciosa promesa que debemos
recordar siempre, sobretodo cuando estamos pasando por una prueba.
El Salmo 91:15
trae a nuestras vidas aliento, confianza y seguridad, por medio de esta promesa
de Dios: “Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo
libraré y le glorificaré”. Si estás en medio de un período doloroso, busca el
rostro del Señor, invoca su nombre, aférrate de sus promesas. Ten la seguridad
de que su respuesta no tardará, pues él está muy cerca, aunque te parezca lo
contrario. Él te librará del dolor y la angustia y derramará sobre ti su gloria
y su paz. Quizás las circunstancias no cambien inmediatamente, pero espera
confiadamente pues tu Padre celestial está trabajando en ellas.
ORACIÓN:
Padre mío, gracias
por tu amor y tu socorro inmerecidos en mis tiempos de aflicción. Hoy clamo a
ti como me dice tu palabra, y confío plenamente en que no me dejarás ni me
desampararás, y que tu paz y tu gozo me inundarán. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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