Malaquías 3:1-3
“He aquí, yo envío mi mensajero,
el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el
Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros.
He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el
tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?
Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores”.
Más de cuatro siglos antes del
nacimiento de Jesús, el profeta Malaquías anunció la venida del Mesías,
precedida por el mensajero que anunciaría su inminente llegada. El profeta
describe la misión fundamental del Mesías en la tierra: lavar nuestros pecados
que nos habían separado de Dios, y dice: “Porque él es como fuego purificador,
y como jabón de lavadores”. Esta profecía comenzó a manifestarse cuando Juan el
Bautista anunció el ministerio de Jesús. Entre otras cosas, Juan dijo que Jesús
bautizaría “en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11). El día de Pentecostés hubo
una gran manifestación de esta expresión cuando a los apóstoles “se les
aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de
ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:3-4).
¿Qué es el fuego del Espíritu
Santo? El fuego purifica. Los metales son purificados por medio del fuego, y
quedan así limpios de las impurezas. El Espíritu Santo obra en nosotros a
través de las pruebas y los sufrimientos con el fin de purificarnos y
limpiarnos de nuestra maldad. En su primera carta, el apóstol Pedro advierte
que, si es necesario, seremos “afligidos en diversas pruebas, para que sometida
a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero
se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea
manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7). El cristiano que ha pasado por este
proceso de purificación siente en su corazón una ardiente pasión por predicar
el evangelio y servir y obedecer al Señor. De esto nos habla La Biblia en Hechos 4:31. Dice
que un grupo de creyentes estaban siendo amenazados por las autoridades, y
ellos clamaron a Dios. Y “cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados
tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la
palabra de Dios”
El avivamiento del fuego
espiritual en el creyente se caracteriza por un deseo ferviente de testificar
del Señor Jesucristo y predicar con denuedo, es decir con pasión y
determinación la palabra de Dios. En su segunda carta a su hijo espiritual
Timoteo, el apóstol Pablo lo exhorta de la siguiente manera: “Por lo cual te
aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición
de mis manos” (2 Timoteo 1:6). Timoteo había recibido el Espíritu Santo y otros
dones de Dios por la imposición de las manos de Pablo. Ahora era su
responsabilidad avivarlo por medio de la oración y una entrega total al
servicio. Pablo le dice: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de
nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el
evangelio según el poder de Dios”.
Lamentablemente, el fuego del
Espíritu puede también ser mitigado e incluso apagado del todo. Por eso Pablo
les advierte a los efesios: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el
cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). Y a los
tesalonicenses les dice: “No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19).
¿Qué hacer para no entristecer o apagar al Espíritu Santo? Pablo les da este
consejo a los efesios: “Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y
súplica en el Espíritu” (Efesios 6:17-18).
Una fogata necesita combustible
para arder. Los que acampan al aire libre añaden leña y hojas para mantener las
llamas vivas. Si deseas mantener vivo el fuego del Espíritu, debes alimentar su
llama con la mejor leña espiritual: la
lectura diaria
de la Biblia y la constante oración.
Esto te capacitará para servir a Dios y predicar con denuedo su palabra. Amen.
ORACIÓN:
Padre mío, por favor ayúdame a
mantener vivo el fuego de tu Espíritu en mi vida. Que yo pueda ser un
testimonio agradable a ti delante de todos los que me rodean, y que predique tu
palabra no solo con mis labios sino también con mis acciones. En el nombre de
Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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