Gálatas 6:7-10
“No os engañéis;
Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también
segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas
el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos
cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.
Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los
de la familia de la fe”
Si sembramos una
semilla de naranja, con toda seguridad esperaremos que de la tierra brote una
mata que producirá naranjas. Jamás pasará por nuestra mente la idea de que este
árbol nos dará manzanas o mangos o cualquier otra fruta que no sea
estrictamente naranjas. Este principio se aplica también en el terreno espiritual.
El pasaje de hoy
nos afirma que todo lo que sembremos, eso mismo recogeremos. Podemos estar
seguros de que todas nuestras acciones tendrán consecuencias acordes a nuestra
manera de actuar. Si actuamos de acuerdo a los deseos de la carne, recogeremos
corrupción, y con ello todas las correspondientes consecuencias destructivas.
Por el contrario, si rechazamos esos deseos y actuamos conforme a lo que nos
enseña la Palabra
de Dios, obtendremos resultados totalmente distintos; la bendición y el favor
de Dios se manifestarán en nuestras vidas, y comenzaremos a disfrutar
plenamente desde ahora las maravillas de la vida eterna.
El crecimiento
espiritual del creyente guarda una íntima relación con este principio de la
siembra y la cosecha. Mientras más compartamos con los demás lo que recibimos
del Señor, mayor será nuestro crecimiento y madurez espiritual, porque más nos
dará el Señor. El autor de la carta a los Hebreos amonestó a sus lectores
porque “debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo”, todavía eran bebés
que aún tomaban leche espiritual en lugar de alimento sólido. (Hebreos 5:12).
El problema principal de ellos era que lo que aprendían no lo ponían en
práctica ni lo compartían con los que les rodeaban.
Un estudiante
fue a ver a un profesor y se quejó de que no estaba progresando en sus
estudios. Entonces le preguntó si debía buscar un tutor. “¿Un tutor?
--respondió el sabio profesor-- Lo que necesitas es un pupilo”. El estudiante
siguió el consejo, y a medida que enseñaba a su alumno, más entendía la materia
hasta que llegó a dominarla completamente. Asimismo un maestro de Biblia dijo:
“Nunca saqué mucho provecho de la
Biblia hasta que empecé a dar clases en la Escuela Dominical.
Entonces daba la Palabra
en vez de limitarme a recibirla”. No hay mejor forma de aprender que enseñando
a otros. Estudia la Palabra
de Dios, no sólo para que te bendiga y te aproveche personalmente, sino para
compartirla con aquellos que necesitan conocer a Dios y sus principios y
decretos.
El principio de
la siembra y la cosecha también se manifiesta en el aspecto material, de
acuerdo a nuestra generosidad al dar. ¿Cuánto das de lo que recibes? El apóstol
Pablo escribe en 2 Corintios 9:6: “Pero esto digo: El que siembra escasamente,
también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente
también segará”. La iglesia de Filipos se caracterizaba por su generosidad al
aportar su contribución para la predicación del evangelio. En su carta a los
Filipenses, Pablo les recuerda: “Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que
al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia,
ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros
solos; pues aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades”.
Y seguidamente les dice: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme
a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:15-19). Si deseas
recoger buena cosecha, tienes que sembrar buena semilla.
Ten siempre
presente que todas tus acciones producirán frutos, buenos o malos según sea la
calidad de la semilla que siembres. Ora al Señor para que te ayude a actuar
siempre conforme a su voluntad de manera que esos frutos glorifiquen su nombre
en todos los aspectos. Entonces recibirás una linda cosecha de bendiciones.
ORACIÓN:
Bendito Padre
celestial, te ruego que me capacites para actuar siempre de manera que los
frutos que mis acciones produzcan sean para honrar y glorificar tu santo
nombre. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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