domingo, 12 de mayo de 2013

¿USAS TU LENGUA PARA BENDECIR O PARA MALDECIR?



Santiago 3:1-10
“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”.

¡El que más y el que menos, en ocasiones habla demasiado! ¡Cuánto dolor se causa, cuántos hogares se desintegran, cuántos amigos se apartan, cuántas peleas se incitan por una palabra airada y dicha precipitadamente! Alguien dijo: “Si hablas cuando estás enojado darás el discurso del que más te arrepentirás en tu vida”. El pasaje de hoy nos alerta acerca del uso que damos a nuestra lengua, la cual siendo un miembro pequeño puede hacer grandes cosas. El apóstol Santiago la compara con un fuego pequeño, el cual puede encender un bosque grande y reducirlo a cenizas. También dice que es similar al pequeño timón que controla las grandes naves y las dirige en una dirección determinada. Este poder de la lengua puede ser usado para bien o para mal. “Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres”, dice el pasaje de hoy.

Debíamos usar la lengua con más frecuencia para hablar de nuestro Señor Jesucristo y contar a otros del amor y salvación que él nos ofrece. Pero aun en esta noble causa debemos ser muy cuidadosos, pues no todo el mundo está preparado para recibir un mensaje que no está de acuerdo a sus creencias. Romanos 14:1 dice: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones”. También el apóstol Pedro en su primera carta escribió: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). Es decir, está muy bien que testifiquemos a los demás acerca de nuestro Señor Jesucristo, pero debemos ser muy cuidadosos al hablar.

En su carta a los efesios, Pablo los exhorta a no hablar palabras ofensivas o descompuestas, sino aquellas que den gracia a los oyentes. Dice Efesios 4:29: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Y entonces les dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. Este es un consejo muy sabio, pues un corazón lleno de amargura y enojo siempre producirá palabras hirientes e insultantes, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”, les dijo Jesús a sus discípulos (Lucas 6:45).

Muchos de los problemas que hemos tenido en el pasado los hemos causado nosotros mismos por haber pronunciado las palabras incorrectas en el momento equivocado. Ponte a pensar en tu propia vida y considera cuánto dolor has causado en el pasado por no haber cerrado tu boca, y simplemente haber abierto tus oídos. Santiago 1:19 dice: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Si seguimos este consejo, con seguridad vamos a evitarnos problemas y, por el contrario, vamos a traer gozo y alegría a aquellos con los que nos relacionamos. Nunca olvides el poder que tiene tu lengua.

ORACIÓN:
Padre Santo, te ruego limpies mi corazón de toda amargura, ira y maledicencia para que por mi boca no salgan palabras que te deshonren. Que tu Santo Espíritu controle mi lengua, y todo lo que yo hable sirva para dar gracia a los demás. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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