Números 14:1-4
“Entonces toda la congregación
gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra
Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud:
¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!
¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras
mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?
Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto”.
Después que los israelitas fueron
liberados de la esclavitud en Egipto, y al cabo de una larga jornada a través
del desierto, llegaron a un lugar cerca de la tierra prometida. Allí Dios le
ordenó a Moisés que enviara hombres a reconocer la tierra de Canaán para que se
fueran familiarizando con el lugar donde el pueblo de Israel se iba a
establecer. Aquellos hombres recorrieron la tierra de Canaán de sur a norte y
de este a oeste, tomaron muestras de sus frutos y a los cuarenta días
regresaron al punto de partida. Entonces se dirigieron a Moisés y al resto del
pueblo con el fin de dar el informe de sus experiencias. Los primeros que
hablaron, sin duda reflejando una total falta de fe en Dios, describieron un
escenario totalmente pesimista.
El pasaje de hoy nos describe la
reacción del pueblo ante este informe. Gritaron, protestaron, lloraron y “se
quejaron contra Moisés y contra Aarón”. Y, desde luego, también se quejaron
contra Dios y murmuraron contra él, a pesar de todo lo que el Señor había hecho
por ellos desde que los sacó de la esclavitud en la que vivían, y a través de
la marcha por el desierto, guiándolos, protegiéndolos y supliendo todas sus
necesidades. Falta de fe, incredulidad, temor, falta de agradecimiento, todo
esto abundaba en medio de aquel pueblo. Sin duda no confiaban en el plan de
Dios. Finalmente a algunos se les ocurrió la idea de volver a Egipto, a la
esclavitud de la cual por años pidieron a Dios que los librara, y hasta
decidieron nombrar a un capitán que los guiara en su viaje de regreso a Egipto,
en dirección totalmente opuesta al propósito de Dios. Ellos estuvieron a punto
de disfrutar las grandes bendiciones que el Señor tenía preparadas para ellos,
pero a causa de su incredulidad y desobediencia, una generación completa nunca
llegó a la tierra prometida.
Desafortunadamente la tendencia
del ser humano es quejarse ante las dificultades. Si pudiéramos escuchar una
grabación de las conversaciones que sostuvimos durante un día cualquiera, nos
asombraríamos de lo mucho que refunfuñamos y nos quejamos. Los niños se quejan
de la tarea que deben hacer; la mamá se queja de tener que pasar tanto tiempo
recogiendo cosas regadas por el resto de la familia; el papá llega a casa y se
queja del día de trabajo y hace comentarios muy ásperos sobre su jefe o sus
compañeros; nos quejamos del calor, o del frío, o de lo congestionado que está
el tráfico. En fin, pasamos una buena parte del tiempo lamentándonos de los
inconvenientes, y pasamos por alto muchas bendiciones por las que deberíamos
estar agradecidos.
Al igual que aquellos israelitas,
los que en la actualidad manifiestan una actitud de disgusto o descontento con
lo que tienen, se pierden las bendiciones de Dios y transmiten desaliento a
quienes los rodean. Esa actitud es totalmente incompatible con el carácter de
Cristo. Jesús aceptó el plan de su Padre, el cual lo llevó hasta el horrible
sufrimiento de la cruz del Calvario, sin quejarse, y dispuesto siempre a obedecer.
Por eso, después de su resurrección, fue exaltado hasta lo sumo (Filipenses
2:9).
Dios tiene un plan para tu vida,
y es un buen plan, dice Jeremías 29:11, pero es muy probable que antes de
llegar a tu “tierra prometida” tengas que pasar por algunas dificultades.
Confía en el Señor y acepta los inconvenientes sin quejarte como Jesús lo hizo,
y al final disfrutarás de preciosas bendiciones. Sigue el consejo del viejo
adagio que dice: “En lugar de quejarte porque las rosas tienen espinas,
alégrate porque las espinas están cubiertas de rosas” En toda situación, por
difícil que parezca, hay algo por lo que dar gracias a Dios.
ORACIÓN:
Padre mío, te suplico perdones
mis muchas quejas y lamentos, y me ayudes a aceptar los inconvenientes que
encuentre en mi vida sin quejarme, sabiendo que son parte de tu plan para
bendecirme. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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