Mateo 16:1-3
“Vinieron los fariseos y los
saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. Mas él
respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo
tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles
el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas
las señales de los tiempos no podéis!”.
Los judíos regularmente exigían
señales y prodigios a quienes se proclamaban mensajeros de Dios. Era como si
dijeran: “Muestra tus credenciales haciendo algo extraordinario”. La respuesta
de Jesús debe haberles sorprendido. Les llamó “hipócritas”, que sólo podían
distinguir simples señales como los cambios en el aspecto del cielo, pero eran
incapaces de ver o discernir las señales divinas. Sin duda la arrogancia y la
soberbia de aquellos hombres eran barreras que impedían el más mínimo
discernimiento espiritual.
Varios siglos antes del
nacimiento de Jesús, un hombre de Dios, el profeta Elías, recibió una señal del
cielo en un momento crítico para el pueblo de Israel. Había en aquellos
momentos una sequía muy grande. Hacía más de tres años que no llovía en aquella
región, y como consecuencia de esta sequía, el pueblo estaba pasando mucha hambre.
Dios, movido una vez más por su misericordia, mandó al profeta Elías a
presentarse ante el rey Acab para hacerle saber que la solución a este grave
problema estaba próxima (1 Reyes capítulo 18). “Entonces Elías dijo a Acab:
Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye. Acab subió a comer y a
beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su
rostro entre las rodillas” (V. 41-42). El profeta manifiesta por fe lo que aun
no había sucedido pero pronto habría de suceder. Entonces fue a postrarse para
hablar con Dios.
En el lugar donde Elías estaba
postrado había una pequeña elevación que obstruía la vista del mar, por lo que
le pidió a su criado que subiera para que observara si se veía alguna señal de
la lluvia que, él sabía, llegaría de un momento a otro. Mientras tanto él se
mantenía en íntima comunión con el Señor, confiando en su promesa, orando y
suplicando por la tan necesitada lluvia. “Y dijo a su criado: Sube ahora, y
mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a
decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como
la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab:
Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció, estando
en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran
lluvia”.
¡Cuántas veces hemos puesto algo
en oración, seguimos orando día tras día, y estamos deseosos de ver o sentir
algo que nos muestre que el Señor está trabajando en nuestra petición!
Rechazamos la idea de que Dios no nos ha escuchado, pero al mismo tiempo
sentimos la necesidad de que él nos dé aunque sea “una pequeña señal”. Es en
momentos como estos que hace su aparición la impaciencia, y si permitimos que ésta
nos llegue a controlar, la duda empieza a perturbarnos y nuestra fe es
afectada, y así mismo el resultado de nuestras oraciones. Esperemos el tiempo
del Señor, tranquila y confiadamente, como dijo el rey David en el Salmo 37:7:
“Guarda silencio ante Jehová, y espera en él”.
Pongamos en práctica la enseñanza
de hoy. Seamos perseverantes en la oración y confiemos, como hizo Elías,
mientras nos mantenemos bien atentos a cualquier señal que Dios quiera darnos
que nos indique que él está preparando algo muy lindo para nosotros, y que
pronto lo vamos a recibir.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me des
paciencia para esperar en ti. Por favor, muéstrame una señal de lo que estás
preparando para mí, y dame discernimiento espiritual para entenderla
claramente. Te lo pido en el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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