Hebreos 5:11-14
“Acerca de esto tenemos mucho que
decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír.
Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de
que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras
de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de
alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la
palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que
han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados
en el discernimiento del bien y del mal”.
El autor de la carta a los
Hebreos se dirige a un grupo de judíos que se habían convertido al
cristianismo, pero no mostraban progreso en su crecimiento espiritual. Les dice
que “después de tanto tiempo” debían haber sido ya lo suficientemente maduros
como para enseñar a otros, sin embargo todavía era necesario enseñarles a ellos
los fundamentos más básicos de la palabra de Dios. Eran como bebés lactantes
necesitados de atención, y que no producían fruto espiritual. En el próximo
versículo (Hebreos 6:1) les exhorta a que progresen en su crecimiento espiritual:
“Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante
a la perfección...”
La vida cristiana no es un
evento. Es un proceso, es un recorrido que tiene un propósito. El deseo de Dios
es que sus hijos sean conformes a la imagen de su Hijo Jesucristo, por lo tanto
debemos estar creciendo, madurando y pareciéndonos más a Cristo cada día que
pasa de nuestras vidas. Las etapas de nuestra vida espiritual van de la
incredulidad a la conversión y progresivamente al servicio. Antes de la
conversión no conocemos al Señor. Ya sea que hemos sido criados en un hogar
cristiano o no, cada individuo tiene que tomar una decisión en su corazón de
aceptar a Cristo como salvador o de rechazarlo. Una vez que hemos reconocido
que somos pecadores, que hemos creído que Jesucristo es el Hijo de Dios y que
resucitó de los muertos y hemos abierto nuestro corazón al Señor aceptando su
sacrificio en la cruz, entonces somos salvos, es decir adoptados en la familia
de Dios y herederos junto con Cristo. Así dice Gálatas 4:4-7: “Pero cuando vino
el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo
la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que
ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de
Cristo”.
Aquí comienza nuestro recorrido a
través de la nueva vida a la que hemos sido llamados. Ahora, en lugar de vivir
en nuestra propia fuerza, tenemos la opción de ser guiados por el Espíritu
Santo quien viene a morar en nuestros corazones con el fin de llevar a cabo el
proceso de santificación. Nuestra parte en este proceso es buscar el rostro del
Señor en oración cada día, leer su palabra, meditar en ella y aplicarla en
nuestro diario vivir. Sin duda encontraremos dificultades y problemas en este
caminar, al igual que anteriormente. La diferencia estriba en que, si seguimos
las instrucciones de la
Palabra de Dios, el Señor usará esos inconvenientes y
sufrimientos para madurarnos espiritualmente.
Si perseveras en la búsqueda
diaria del Señor, el Espíritu Santo hará en tu vida su obra transformadora y
experimentarás crecimiento espiritual. Entonces comenzarás a gozar de la
inefable paz de Dios en medio de cualquier situación, adquirirás sabiduría y
entendimiento espiritual lo cual te permitirá reconocer y rechazar las trampas
del enemigo, y sentirás cada vez más un profundo deseo de disfrutar de la
compañía de tu Padre celestial y de agradarle en todo lo que hagas. Estas son
señales evidentes de crecimiento espiritual. Así lo expresa el autor de esta
carta en el pasaje de hoy al referirse a “los que han alcanzado madurez”, de
los cuales dice que “por el uso tienen los sentidos ejercitados en el
discernimiento del bien y del mal”.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me
capacites por medio de tu Santo Espíritu para que yo pueda continuar mi
crecimiento espiritual, y sea yo un testimonio que glorifique tu nombre. Por
Cristo Jesús te lo pido, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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