Job 1:21
“El Señor dio, y el Señor quitó;
sea el nombre del Señor bendito”.
Santiago 5:11
“Habéis oído de la paciencia de
Job, y habéis visto… que el Señor es muy misericordioso y compasivo”.
Pocas personas han pasado tan
repentinamente de una riqueza inaudita, como era la de Job, a una completa
pobreza. En un día perdió a todos sus hijos y toda su fortuna.
Job habría podido acusar a los
elementos naturales: el rayo que había matado a sus ovejas y la tempestad que
había destruido la casa donde sus hijos se hallaban reunidos. Habría podido
maldecir a los saqueadores que destrozaron sus rebaños. ¿Qué consuelo le
hubiese dado esto? ¿Qué instrucción habría recibido de ello?
En lugar de esto Job, quien
conocía a Dios, discernió inmediatamente su intervención. Sabía que su
prosperidad no era sólo el resultado de sus esfuerzos o de circunstancias
favorables, sino que todo se lo debía a Dios. Asimismo aceptó que Dios, en su
soberanía y perfecta sabiduría, le quitara lo que le había dado. “¿Recibiremos
de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?”, respondió a su mujer,
desesperada por las desdichas que caían sobre ellos (Job 2:10). Y bendijo el
nombre del Señor.
Quizá discernimos fácilmente la
mano de Dios cuando nuestras condiciones de vida son favorables, pero no cuando
el viento ha cambiado. Sepamos reconocer su intervención en cada prueba. Como
Job, aceptémosla de parte de Dios quien, con bondad, quiere instruirnos y
bendecirnos al final. En medio de la fe cristiana hay esta seguridad: Dios es
amor. La recibimos aun a través de las lágrimas, con una dicha profunda y
eterna.
“Gracia y Paz”
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