Daniel 4:34-37
“Mas al fin del tiempo yo
Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al
Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es
sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra
son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del
cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le
diga: ¿Qué haces? En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de
mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis
consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue
añadida. Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo,
porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede
humillar a los que andan con soberbia”.
Estas palabras fueron una
declaración de Nabucodonosor, antiguo rey de Babilonia, al volver en sí de su
soberbia que lo llevó a convivir con los animales del campo, comiendo hierba y
comportándose como ellos al punto que “su pelo creció como plumas de águila, y
sus uñas como las de las aves” (Daniel 4:33).
Años más tarde, el rey Belsasar
(hijo de Nabucodonosor) hizo traer delante de él al profeta Daniel con el fin
de que interpretara una escritura que había aparecido en la pared (Daniel
capitulo 5). Allí Daniel le habló del reinado de su padre, y le contó lo
siguiente: “El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y
la grandeza, la gloria y la majestad… mas cuando su corazón se ensoberbeció, y
su espíritu se endureció en su orgullo, y fue depuesto del trono de su reino, y
despojado de su gloria. Y fue echado de entre los hijos de los hombres, y su mente
se hizo semejante a la de las bestias, y con los asnos monteses fue su morada”
(Daniel 5:18-21). Así transcurrieron siete años hasta que Dios le devolvió la
razón. En el pasaje de hoy Nabucodonosor reconoció que el Señor es
todopoderoso, que “no hay quien detenga su mano” y que él hace su voluntad
tanto en el cielo como en la tierra. Y sobretodo aprendió que “él puede
humillar a los que andan con soberbia.”
En el Nuevo Testamento
encontramos otra historia que refleja una actitud similar con sus correspondientes
malas consecuencias. Se trata del rey Herodes Agripa, el cual “echó mano a
algunos de la iglesia para maltratarles. Y mató a espada a Jacobo, hermano de
Juan. Y viendo que esto había agradado a los judíos, procedió a prender también
a Pedro” (Hechos 12:1-3). Más adelante la Biblia cuenta que “un día señalado, Herodes,
vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo
aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre!” El rey no reprendió, ni se
mostró en desacuerdo con los halagos de la multitud, sino todo lo contrario, se
envaneció y se llenó de orgullo. Y “al momento un ángel del Señor le hirió, por
cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (Hechos 12:23).
Quizás estos ejemplos puedan
parecer extremos en cuanto a los resultados de la soberbia de esos dos hombres,
pero siempre debemos aprender de lo que leemos en la Biblia. En mayor o
menor grado la persona soberbia tendrá que sufrir malas consecuencias en su
vida. Así dice la Biblia
en Santiago 4:6: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” La
humildad es una característica que está relacionada con la obediencia y la
sumisión a la voluntad de Dios. El ejemplo por excelencia lo tenemos en Jesús,
el cual dejó su gloria y “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz”. Por eso Dios “le exaltó hasta lo sumo, y le dio un
nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:7-9). La soberbia es todo lo
contrario. La persona soberbia no tiene en cuenta para nada la autoridad de
Dios, no agradece sus bendiciones pues cree que todo se lo merece y obra
impulsada por sus propios principios sin contar con la voluntad del Señor. Por
eso su vida va dirigida al fracaso.
Reflexiona en esta enseñanza y
hazte el firme propósito de conocer la voluntad de Dios leyendo su palabra y
orando diariamente. Entonces sé obediente y disfrutarás de sus abundantes
bendiciones.
ORACIÓN:
Mi amante Padre celestial, hoy te pido perdón por los defectos de
carácter de los que no me he podido liberar, especialmente el de la soberbia.
Te ruego me ayudes a reflejar en mi vida los frutos de tu Santo Espíritu, para
que yo pueda vivir en constante comunión contigo y honrarte con mi testimonio.
En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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