Mateo 6:5, 6
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas;
porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las
calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su
recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora
a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
en público”.
Imagina tu que estás de pie en
medio de un auditorio lleno de miles de personas. Si cada una de ellas hablara
al mismo tiempo, lo más probable es que tu no podrías distinguir una voz de
otra.
Este mismo principio se aplica a
la oración. En nuestra vida cotidiana, estamos rodeados por innumerables voces
que demandan nuestra atención: la de nuestros hijos, familiares, amistades y
empleadores. Con todas estas personas tratando de ganar nuestra atención, no es
de extrañar que la voz de Dios parezca, a veces, silenciosa o distante.
La meditación eficaz requiere
aislamiento. Si no hacemos un esfuerzo por escapar de nuestras exigencias
diarias, al menos durante algunos momentos, nuestra capacidad de escuchar la
voz de Dios se debilitará.
Nuestro Señor Jesucristo estaba
muy consciente de esta necesidad de aislamiento. Al enseñar sobre la oración,
dijo a sus discípulos que se encerraran en sus cuartos y hablaran en secreto
con Dios. Sabía que eso era vital para tomarse un descanso de las presiones de
la vida, para tener realmente comunión con el Padre celestial.
Pero el mundo moderno actúa en
contra de esta necesidad. Los teléfonos celulares, el correo electrónico y todos
los avances tecnológicos que existen nos han traído la bendición y la
maldición de la comunicación y la interrupción constantes.
En algún momento hoy, apaga la
televisión, el teléfono celular y la computadora; simplemente escucha la voz de
Dios. Acalla, entonces, tus pensamientos, y concéntrate en Él. Dios quiere
renovarte por medio del tiempo que pases tu en su presencia.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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