2 Crónicas 20:14-25
“Y estaba allí Jahaziel hijo de
Zacarías, hijo de Benaía, hijo de Jeiel, hijo de Matanías, levita de los hijos
de Asaf, sobre el cual vino el espíritu de Jehová en medio de la reunión; Y
dijo: Oid, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey Josafat.
Jehová os dice así: No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan
grande; porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. Mañana descenderéis
contra ellos; he aquí que ellos subirán por la cuesta de Sis, y los hallaréis
junto al arroyo, antes del desierto de Jeruel. No habrá para qué peleéis
vosotros en este caso: paraos, estad quedos, y ved la salvación de Jehová con
vosotros. Oh Judá y Jerusalén , no temáis ni desmayéis; salid mañana contra
ellos, que Jehová estará con vosotros. Entonces Josafat se inclinó rostro a
tierra, y asimismo todo Judá y los moradores de Jerusalén se postraron delante de Jehová, y adoraron a
Jehová. Y se levantaron los levitas de los hijos de Coat y de los hijos de
Coré, para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz. Y cuando se
levantaron por la mañana, salieron por el desierto de Tecoa. Y mientras ellos
salían, Josafat estando en pie, dijo: Oidme, Judá y moradores de Jerusalén.
Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y
seréis prosperados. Y habido consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen
y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente
armada, y que dijesen: Glorificad a Jehová, porque su misericordia es para
siempre. Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra
los hijos de Amón, de Moab, y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos
que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros: Porque los hijos de
Amón y Moab se levantaron contra los del monte de Seir, para matarlos y
destruirlos; y cuando hubieron acabado con los del monte de Seir, cada cual
ayudó a la destrucción de su compañero. Y luego que vino Judá a la torre del
desierto, miraron hacia la multitud; y he aquí yacían ellos en tierra muertos,
pues ninguno había escapado. Viniendo entonces Josafat y su pueblo a
despojarlos, hallaron entre los cadáveres
muchas riquezas, así vestidos como alhajas preciosas, que tomaron para
sí, tantos, que no los podían llevar: tres días estuvieron recogiendo el botín,
porque era mucho”.
“Mi jefe es intolerable, Señor.
Te ruego que me ayudes a conseguir otro empleo”.
“Señor, esta espalda me está
arruinando la vida. ¡Ten misericordia de mí, y sáname!”
Todos los cristianos estamos de
acuerdo con que Dios responde las oraciones. Sin embargo, hay quienes dirían:
“Él responde la mayoría de las oraciones, pero no las mías”. Un creyente puede
clamar a Dios con fervor sin recibir lo que considera una respuesta
satisfactoria. El problema no es la falta de disposición o la imposibilidad de
Dios de responder, sino más bien la palabra “satisfactoria”. Si venimos a Dios
con una idea preconcebida de cómo debe resolverse nuestro problema, es probable
que pasemos por alto la solución perfecta que Él tiene.
Supongamos que el rey Josafat
hubiera determinado que Dios sólo podía responder su oración dándole a su
ejército más aguante para la batalla que se avecinaba. Habría convocado a un
consejo de guerra y armado a sus soldados. Pero la solución de Dios era enviar
a un coro para cantar alabanzas y salvar a Israel. Si el ejército israelita
hubiera ido a combate, habrían perdido Jerusalén.
A veces, no nos gustan las
soluciones de Dios. Deseamos vernos libres de las dificultades, en vez de orar
por una dosis extra de gracia para soportarlas.
Es normal querer que el Señor lo
arregle todo, sin requerir esfuerzo de nuestra parte. Pero nuestra disposición
de obedecer es clave para que la oración tenga respuesta. Cuando Dios nos diga
cómo resolver nuestro problema, debemos actuar tal como Él dice, o nunca
estaremos satisfechos.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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