Hechos 4:13-20
“Entonces viendo el denuedo de
Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se
maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. Y viendo al hombre
que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en
contra. Entonces les ordenaron que saliesen del concilio; y conferenciaban
entre sí, diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal
manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén,
y no lo podemos negar. Sin embargo, para que no se divulgue más entre el
pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en
este nombre. Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni
enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles:
Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque
no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”.
En el capítulo anterior (Hechos
3), Pedro y Juan habían sanado a un hombre cojo de nacimiento, por lo que el
pueblo, maravillado, los seguía. Y ellos predicaban a todos el evangelio de la
salvación por medio del sacrificio de Jesucristo. En el pasaje de hoy vemos la
reacción de los religiosos judíos, los cuales les amenazaban para que “en
ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.” Es aquí donde
Pedro y Juan tienen que decidir a quien van a servir, a quien van a obedecer, a
quien van a agradar. Su respuesta fue clara y terminante: “Juzgad si es justo
delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar
de decir lo que hemos visto y oído”. ¡Qué tremenda enseñanza! Ante el desprecio
y las amenazas del mundo, debemos permanecer firmes en el servicio y la
obediencia al Señor. Él se encargará de nuestros enemigos y premiará nuestra
fidelidad. En este caso tuvieron que dejarlos libres, pues no hallaron “ningún
modo de castigarles”, dice el versículo siguiente al pasaje (v.21).
El evangelista inglés George
Whitefield (1714-1770) fue falsamente acusado por sus enemigos. En una ocasión
Whitefield recibió una maligna carta acusándole de mal comportamiento en
ciertas ocasiones. Su contestación fue breve y cortés: “Le agradezco
cordialmente su carta. En cuanto a lo que usted y mis otros enemigos están
diciendo acerca de mí, sé cosas peores acerca de mí mismo que usted jamás me
podrá llegar a decir. Con afecto en Cristo, George Whitefield”. En años de
caminar con el Señor, Whitefield aprendió que era más importante agradar a Dios
que a los hombres. El saber que lo que estaba haciendo era honroso para el
Señor le dio fuerzas para sobrellevar aquel ataque del enemigo a su integridad,
y permanecer fiel a Dios.
El apóstol Pablo expresa
claramente su manera de pensar al respecto en su carta a los Gálatas: “Pues,
¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los
hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas
1:10). Al igual que George Whitefield, Pablo estaba más preocupado por agradar
a Dios que a los hombres y no encontraba ninguna razón para cambiar. Si estamos
sirviendo al Señor con fidelidad, no necesitamos malgastar el tiempo en
defendernos cuando se digan cosas duras, hirientes y falsas contra nosotros. Si
estamos andando “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto
en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”, como dice
Colosenses 1:10, con toda seguridad la verdad triunfará sobre las falsas
acusaciones y las malas intenciones contra nosotros, y el consuelo y la paz de
Dios llenarán nuestros corazones.
Debemos tener en cuenta que lo
que Dios sabe de nosotros es más importante que lo que la gente diga de
nosotros. Por eso debemos siempre actuar de la manera en que Pablo aconsejó a
los colosenses: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y
no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la
herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:23-24). Concentrémonos
siempre en agradar al Señor en todo. Del resto se encarga él.
ORACIÓN:
Mi bendito Padre celestial, por
favor te ruego me ayudes a hacer todo lo que esté a mi alcance para agradarte
siempre a ti, aunque, si es necesario, tenga que desagradar a los demás. A ti
sea siempre la honra y la gloria. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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