viernes, 8 de febrero de 2013

NO BASTA ADMIRAR A JESÚS



Si Jesús hubiese querido enriquecerse cobrando cuantiosas sumas por sus pródigos y sanidades milagrosas habría sido el hombre más rico del mundo; seguramente que multitudes habrían peregrinado de tierras lejanas para recibir curación, no importando precio ni esfuerzo. Otros, simplemente habrían pagado por presenciar el espectáculo. No obstante, y lejos de manifestar en lo más mínimo este mezquino interés, Jesús tuvo -él mismo- que pagar aun con su vida por hacer gratuitamente estos favores a los hombres; enseñando además a sus discípulos a seguir este ejemplo. Léase: “...ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis... Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:15,17).

Contrario a las enseñanzas de Jesús, muchos se han enriquecido a costas del evangelio; otros han torcido la interpretación de las escrituras enseñando a buscar los bienes materiales como la gran bendición de Dios, ignorando que ésta no se mide por los valores materiales sino espirituales; y muchas aplauden estas erróneas interpretaciones apoyados más en su propia avaricia que en verdad de las escrituras, según leemos: “...hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales...” (1 Timoteo 6:5). ¿Que te parece?, ¿fue esto solamente para los primeros cristianos, o también para los que hemos alcanzado el final de esta era?

Jesús renunció a todo

“...siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo... hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7). Para venir a este mundo Cristo renunció al hecho de ser Dios mismo, mediante la operación de uno de los misterios más grandes; según leemos: “...grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne...” (1 Timoteo 3:16). Despojándose de sus atributos divinos se hizo increíblemente un ser mortal; y en la forma de hombre vivió entre los hombres, pero debido a sus pecados no le conocieron, según leemos: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” (Juan 1:10). En el mundo no buscó ostento ni fama -cosas que añoran los hombres- sino que nació en el pesebre de una aldea. Los padres terrenales que escogió para que fuesen sus tutores no fueron príncipes de este mundo sino personas muy sencillas y pobres; tampoco se instruyó a los pies de ningún sabio, estimando como superior el conocimiento de Dios. Cuando escogió discípulos buscó gente sencilla y menospreciada por la sociedad, gente calificada como vulgo. Después de ello inició su grandioso ministerio enfocando su atención principalmente a los pobres como la razón más poderosa de su misión. Leamos: “...juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra...” (Isaías 11:4). Su principal caminar era por las aldeas, según leemos: “y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas partes” (Lucas 9:6). No por ello quiere decir que salvaba a todos los pobres por ser pobres, sino enseñaba que dentro de ellos que están los más necesitados de Dios a quienes él escogería; como asegura la Palabra: “...¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en la fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5). Santiago -hermano en la carne de Jesús- impregna en este libro el singular estilo de Cristo, de quien tenía su misma doctrina respecto a los pobres.

¿Quiénes de verdad siguen a Cristo?

Un verdadero discípulo de Cristo so sólo admira lo que él hizo, sino está dispuesto a imitar en todo a su maestro; según leemos: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6). Aunque el mundo ha estado lleno de admiradores de Jesús, a quien le cantan y vitorean; son demasiado pocos los que están dispuestos a imitarle efectivamente, como lo enseña el apóstol Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). No basta, pues, con hablar de su abnegación y renuncia, porque Él demanda lo mismo a quienes le siguen: “...si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame... Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiera su alma?...” (Mateo 16:24,26). Note usted que para alcanzar a Cristo y su salvación hay que estar también dispuestos a perder las glorias que este mundo ofrece.

Cuando Cristo se refería a los ricos, decía: “...¡cuan difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! ...Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraron aun más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Marcos 10:23,25-26). Aunque muchos han pretendido atenuar el contenido de estas palabras, note usted que aun sus discípulos -sin ser ricos- dijeron: “¿quién podrá ser salvo?” lo cual quiere decir que la inclinación de los muchos a la avaricia -deseo de tener más- es común en la raza humana.


¿A quiénes mira Jesucristo?

Los ojos de Jesús nunca se dirigieron a las grandes ciudades ni a los ricos, porque no necesitan de Dios; los dioses de ellos son otros, según leemos: “Porque escudo es la ciencia y escudo es el dinero...” (Eclesiastés 7:12). Respecto a la ciencia, dice: “...evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe...” (1 Tito 6:20-21) y respecto al dinero, dice: “...el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe...” (1 Tito 6-10). Note, que ambas cosas desvían a los hombres de la fe. Resulta antagónico el surgimiento de grupos cristianos que promueven el poder político y la prosperidad económica como señal de la bendición de Dios, bajo este punto de vista, tanto Cristo como Pablo y demás discípulos vivieron bajo maldición, pues rechazaron la gloria de los hombres para vivir como pobres. Léase: “...ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas... Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras... que echen mano de la vida eterna” (1 Tito 6:17-19). No basta con admirar a Jesús, ni siquiera con entender su doctrina; hay que seguir su ejemplo, si es que valoramos más la vida eterna que la vida en este mundo.

¿Lo entiendeS tU?


“Gracia y Paz”
Vida Cristiana

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