Hebreos 10:35, 36
“No perdáis, pues, vuestra
confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para
que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa”.
Este pasaje de la Epístola a los Hebreos
consta de cuatro aspectos o pasos fundamentales, el último de los cuales es el
fin que se persigue. Éste es obtener, es decir conseguir la promesa. “Obtener
la promesa” es sinónimo de triunfo, de victoria, de recompensa. Significa
recibir todas las bendiciones y la vida en abundancia que Dios ha prometido
para aquellos que le aman y le obedecen. Esta debe ser la meta de todo
cristiano.
Estas bendiciones están
directamente relacionadas con nuestra obediencia a “la voluntad de Dios”. A
través de toda la Biblia
vemos de manera clara esta relación entre nuestra actitud y las bendiciones que
recibimos del Señor. En el libro de Éxodo, por ejemplo, mientras los israelitas
se dirigían a la tierra prometida, después de haber sido liberados de la
esclavitud en Egipto, Dios les habló por medio de Moisés y les presentó una
serie de leyes y mandamientos que ellos debían seguir en el nuevo hogar que les
esperaba. También les prometió un sin número de bendiciones que les permitirían
disfrutar de una vida llena de paz y felicidad. Entonces les dijo: “Si en
verdad hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y
afligiré a los que te afligieren” (Éxodo 23:22).
Esta obediencia es el producto de
un proceso de transformación que se lleva a cabo en nuestras mentes, nuestros
corazones y fundamentalmente en nuestros espíritus, pues nuestra naturaleza nos
impulsa a desobedecer, y tendemos a hacer lo contrario, es decir lo que
nosotros deseamos hacer, no lo que Dios quiere que hagamos. En este proceso
tendremos que pasar por situaciones difíciles que pondrán a prueba nuestra fe,
fortaleciendo nuestros espíritus y dándonos madurez espiritual y la tan
“necesaria” paciencia. El apóstol Santiago se refirió a este proceso al
escribir: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas
pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la
paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os
falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4). La prueba produce paciencia, pero ésta no
es el producto final. La paciencia tiene un propósito: que lleguemos a ser
“perfectos y cabales”, es decir que maduremos espiritualmente hasta llegar al
punto en que “habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengamos la promesa”.
El primer paso que menciona el
pasaje de hoy es la confianza en Dios. El autor de esta carta exhorta a sus
lectores a que no pierdan esta confianza aunque estuviesen pasando por pruebas
y persecuciones por haber profesado su fe en Cristo. Esta confianza es
absolutamente necesaria para obtener el galardón. Jesús advirtió a sus
discípulos: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al
mundo” (Juan 16:33). En otras palabras, cuando lleguen la prueba y la
adversidad, no se desesperen, tengan paciencia, confíen en mí, y yo los guiaré
al triunfo. Si ponemos nuestra confianza en el Señor, él nos guiará a la meta,
“al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, dice Filipenses
3:14.
Más adelante en esta misma
Epístola a los Hebreos el autor menciona de nuevo la paciencia al comparar la
vida del cristiano con una carrera. Dice Hebreos 12:1-2: “Corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe”. Poner los ojos en Jesús significa hacerlo a él el
foco central de nuestras vidas. Es fijar nuestra mirada en él y no en las
circunstancias que nos rodean. Es confiar en el Señor en todas las situaciones
que puedan presentarse ante nosotros, por negativas y difíciles que estas sean.
A medida que hagamos de esta
actitud un hábito, seremos más pacientes, nuestra fe será fortalecida, y nos
esforzaremos más tratando de hacer la voluntad de Dios. Como resultado
obtendremos la victoria que habrá de llegar en el momento perfecto, en el
tiempo del Señor.
ORACIÓN:
Padre santo, ayúdame a mantenerme
firme en esta carrera con mis ojos fijos en Jesús en todo momento. Aumenta mi
fe y dame la paciencia y la fuerza que necesito para no desfallecer y continuar
hasta la meta que tú tienes señalada para mí. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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