Lucas 15:20-32
“Y levantándose, vino a su padre.
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y
corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned
un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y
matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha
revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo
mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la
música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro
gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería
entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él,
respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote
desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis
amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras,
has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre
estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y
regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había
perdido, y es hallado”.
Al igual que el padre del hijo
pródigo, nuestro Padre celestial no nos obligará a permanecer con Él. Si no
hacemos caso a la dirección de su Santo Espíritu e insistimos en seguir la
senda del pecado, Él dejará que lo hagamos. Al examinar esta parábola,
aprendemos lo que sucede cuando nos alejamos del plan de Dios.
Nuestro compañerismo con Dios es
afectado seriamente. El hijo rebelde no tuvo más contacto con su padre; la
relación entre ellos había dejado de ser importante para ese hijo. Si nos
extraviamos y hacemos de nosotros mismos una prioridad mayor que la del Señor,
también experimentaremos una desconexión con nuestro Padre celestial. Como
cristianos, no podemos apartarnos de la senda sin cerrar primero nuestra mente
y nuestro corazón a Dios.
Nuestros recursos —de tiempo,
talentos y bienes— son dilapidados. El hijo derrochó su dinero en cosas
frívolas, y terminó peor que los siervos de la casa de su padre. Dios nos ha
dado dones espirituales y recursos materiales para construir su reino, y su
Espíritu para guiarnos. Seguir nuestros propios planes malbarata lo que Él nos
ha dado.
Nuestras necesidades más grandes
no son satisfechas. Perseguir sueños que están fuera de los propósitos de Dios,
conduce a la infelicidad. Solo en Cristo podemos encontrar verdadera
satisfacción.
Si vivimos separados de Dios, nos
vencerá el desaliento. Las malas decisiones pueden causar sentimientos de pesar
para toda la vida, pero estos no tienen que dictar nuestro futuro. El Padre
celestial nos dará la bienvenida con gran gozo y amor si nos arrepentimos y nos
volvemos a Él.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
No hay comentarios:
Publicar un comentario