Juan 3:16-17
Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.
A veces, las personas son
prisioneras de la culpa, mucho tiempo después de que este sentimiento debería
haber sido quitado. Algunas viven, con razón, con ese sentimiento porque se
niegan a abandonar el pecado que lo ocasionó. Mientras tanto, otras sufren el
peso de la falsa culpa porque albergan un sentimiento que no pertenece a ellas.
Cualquiera que sea la causa fundamental de la condena, el plan de batalla sigue
siendo el mismo.
La victoria sobre la culpa
comienza cuando se entiende que Jesucristo llevó nuestra vergüenza a la cruz, y
recibió nuestro castigo. No hay manera de que podamos pagar el precio de
nuestro pecado. Pero sí necesitamos honestamente identificar la fuente de
nuestra culpa y confesarla delante de Dios. Eso significa aceptar nuestro pecado.
El arrepentimiento da un paso más: nos aparta de lo que está mal, y nos ayuda a
hacer lo bueno.
Confrontar la culpa de esta
manera quita el peso de la vergüenza en nuestro corazón, y pone paz y gozo.
Además nos brinda sabiduría para
compartir. La franqueza en cuanto a nuestros errores del pasado, las
consecuencias de nuestros errores, las cargas de culpabilidad, y el perdón,
revelan al Señor a quienes están a nuestro alrededor. Dios puede llegar a otros
que necesitan que sus cadenas de culpabilidad sean rotas, por medio nuestro.
La batalla para vencer la culpa
no debe aplazarse. La culpa no se irá por sí sola. Ya sea que su sentimiento de
condena sea verdadero o falso, necesita ser enfrentado rápidamente. Deje de
huir, y enfrente el origen de su culpa. Póngale fin a su cautiverio, y comience
a andar en el gozo.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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