2 Reyes 5:11-17
“Y Naamán se fue enojado,
diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará
el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la
lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de
Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue
enojado. Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si
el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote:
Lávate, y serás limpio? El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el
Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la
carne de un niño, y quedó limpio. Y volvió al varón de Dios, él y toda su
compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay
Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de
tu siervo. Mas él dijo: Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que no lo
aceptaré. Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso. Entonces
Naamán dijo: Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de
un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto
ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová”.
La obediencia es una acción
poderosa que puede desencadenar la gloria de Dios de maneras que están más allá
de nuestra imaginación. Pero obedecer es usualmente difícil porque nuestros
deseos son probados. Nos asusta hacer lo que Él dice, por temor a perder lo que
es importante para nosotros. No obedecer puede, impedirnos recibir lo que más
deseamos.
Al comienzo, tres obstáculos
impidieron a Naamán obedecer las instrucciones de Dios, y eso casi lo privó de
experimentar una curación milagrosa.
El
orgullo. Como oficial de alto rango, Naamán temía perder su dignidad si
obedecía. Sus siervos tuvieron sabiduría para ver cómo el orgullo le estaba
robando la vida. ¿Cuántas veces desconfiamos de Dios, por temor a parecer unos
tontos?
Las
expectativas egocéntricas. Naamán se puso furioso cuando sus
expectativas específicas no fueron satisfechas. Nosotros, también, muchas veces
nos enojamos con el Señor cuando Él no complace nuestras exigencias. Pero si
realmente queremos hacer su voluntad, debemos dejar que Él haga.
El llamado a obedecer, muchas
veces pone al descubierto ataduras de las cuales el Señor quiere librarnos.
Cuando decidimos responder con fe, Dios se revela a sí mismo de una manera
nueva que fortalece nuestra confianza en Él; porque a la larga nuestra mayor
necesidad es conocer mejor al Señor.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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