“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”.
Nuestra sociedad está obsesionada
con cosas como los deportes, la recreación, el entretenimiento y la
gratificación emocional, y está pagando las consecuencias de esa inclinación
desequilibrada. Cuando tales afanes exceden sus funciones razonables, se
convierten en marcas evidentes de la sociedad frívola. “El ejercicio corporal
para poco aprovecha, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de
esta vida presente, y de la venidera” (1 Timoteo 4:8)
La única vida productiva, que
además es la única vida que satisface en verdad al ser humano, es la vida
autodisciplinada. Esto también es cierto en la vida cristiana. Aunque nuestra
dirección y poder espirituales vienen del Señor, Él solo puede obrar en la raza
humana con eficacia por medio de vidas que estén sujetas a Él (1 Corintios
9:25-27).
La primera disciplina que refleja
una vida abundante es la diligencia: NO SER PEREZOSOS SINO DILIGENTES (v.11).
En el contexto de Romanos 12, diligencia se aplica a todo lo que los cristianos
hagan en su vida espiritual. Todo lo que sea digno de hacerse en el servicio
del Señor merece que sea hecho con entusiasmo, cuidado e interés. Jesús dijo a
sus discípulos: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto
que el día dura; la noche viene, cuando puede trabajar” (Juan 9:4). No existe
lugar alguno para la ociosidad y la indolencia en el trabajo para el Señor.
“Todo lo que te viniera a la mano hacer”, aconsejó el sabio Salomón, “hazlo
según tus fuerzas”. Todo lo que hagamos para el Señor debe hacerse para esta
vida presente (Eclesiastés 9:10).
El Señor recompensa a quienes
sirven con diligencia. “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y
el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los
santos y sirviéndoles aún (Hebreos 6:10-12). ¡Para que el yuyal prospere en un
jardín, el jardinero solo tiene que dejarlo de atender!
FERVIENTES EN ESPIRITU (v.11): Mientras
que la diligencia tiene que ver más que todo con acciones, el ser fervientes en
espíritu está relacionado con las actitudes. Fervientes viene de la palabra
“hervir”. Habla no de ser fervoroso hasta el descontrol, sino más bien algo
similar al motor a vapor que genera el calor suficiente para producir energía. Debemos
tener entusiasmo, eso habla de compromiso con la obra. El fervor es una actitud
que requiere aplomo y persistencia, no solo buenas intenciones.
SIRVIENDO AL SEÑOR (v.11): Así
como el ser fervientes al Señor, mantenerse sirviendo al Señor es algo que
tiene que ver con perspectivas y prioridades. Todas las cosas que hacemos
deberían, primero que todo, ser consecuentes con la Palabra de Dios, y en
segundo lugar, realizadas de verdad en su servicio y para su gloria. La
devoción estricta al Señor elimina por completo toda clase de actividades
infructuosas en las iglesias. Pablo nunca perdió de vista esa misión
fundamental. El apóstol empieza su carta con la afirmación de que sería a Dios
“en su espíritu en el evangelio de su Hijo” (Romanos 1:9). En Romanos 12, Pablo
emplea tres palabras distintas para describir el servicio cristiano. En el
versículo 1 utiliza latreia, que se traduce: “culto de adoración” y hace
énfasis en su aspecto de un temor reverente. La segunda palabra es diakonia,
que se aplica al servicio práctico. En el versículo 11 el apóstol emplea
“douleuo”, que se refiere al servicio de un siervo o esclavo, cuya razón de
existir consiste en hacer la voluntad de su amo.
Por encima de todo lo demás,
Pablo se consideraba a sí mismo un siervo de Jesucristo. Esa es la descripción
con la cual se identifica a sí mismo en esta carta (Romanos 1:1), así como en
Filipenses 1:1; Tito 1:1.
Además, nosotros no servimos al
Señor en nuestras fuerzas propias, así como tampoco venimos a él por nuestro
poder. El propósito supremo que tenemos en nuestra vida es servir al Señor
Jesucristo, y nuestro poder para cumplir con ese servicio también proviene de
él; “para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual
actúa poderosamente en mí (Colosenses 1:29).
Si Dios te ha dado la salvación y
te ha dado el poder para servirle, ya no tienes excusa en ofrecer tu vida misma
al servicio de tu amo, tu Rey y Salvador, no debes ser perezoso en el servicio,
siendo diligente y ferviente, para dar honra al que vive y reina en nuestra
vida.
“Gracia y Paz”
(Juan
Carlos Estigarribia)
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