1 Corintios 3:3
“… pues habiendo entre vosotros
celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”
Se cuenta la historia de dos
comerciantes que eran rivales acérrimos. Pasaban todos los días vigilándose
mutuamente. Si a uno le llegaba un cliente, le sonreía de manera triunfante y
sarcástica a su rival.
Una noche, un ángel se le
apareció a uno de ellos en un sueño y le dijo: «Te daré lo que pidas, pero, de
eso, tu competidor recibirá el doble. ¿Qué quieres?». El hombre frunció el ceño
y, después, respondió: «Haz que me quede ciego de un ojo». ¡Esto sí que son
celos de la peor clase!
El autodestructivo sentimiento de
celos tenía suficiente potencial como para destruir la iglesia de Corinto.
Estos creyentes habían recibido el evangelio, pero no habían permitido que el
Espíritu Santo les cambiara el corazón. Como consecuencia, tenían celos unos de
otros, lo cual produjo una comunidad dividida. Pablo identificó este
sentimiento como una señal de inmadurez y mundanalidad (1 Corintios 3:3). No
estaban actuando como personas que habían sido transformadas por el evangelio.
Uno de los indicadores más
evidentes de que el Espíritu Santo está obrando en nuestra vida es estar
contentos con lo que tenemos y agradecidos por todo. Entonces, en lugar de
sentir celos, podremos alegrarnos genuinamente de los beneficios y las
bendiciones de los demás.
El
remedio para los celos es la
gratitud a Dios.
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LEA: 1 Corintios 3:1-10
Biblia en un año: Oseas 5–7
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“Gracia y Paz”
Nuestro Pan Diario
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