“Sálvame, oh Dios, porque las
aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no
puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.
Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido; han desfallecido mis
ojos esperando a mi Dios.”
Todos hemos experimentado alguna
vez agotamiento físico; esos momentos cuando estamos sumamente cansados de
nuestras muchas actividades diarias. Por regla general una noche de sueño en
una cómoda cama es suficiente para eliminar totalmente el cansancio. Hay otras
ocasiones en las que sentimos agotamiento mental. Quizás hemos usado mucho la
mente en el trabajo o resolviendo situaciones que requieren pensar en exceso.
Si dejamos de ejercitar la mente por varias horas, y nos relajamos escuchando
una música suave, por ejemplo, lo más probable es que el cansancio mental
desaparezca. Pero hay un tipo de agotamiento que va más allá de lo físico y lo
mental, y que nos afecta de una manera mucho más profunda. Se trata del
agotamiento espiritual.
En el pasaje de hoy, David
describe una situación tan dura en su vida que el sufrimiento y la angustia
hacen que él se sienta “hundido en cieno profundo.” Muchos comentaristas
bíblicos coinciden en que David escribió este Salmo durante la rebelión de su
hijo Absalón. ¿Cómo debió sentirse espiritualmente al declarar que “las aguas
han entrado hasta el alma.”? El sabe bien que su única fuente de socorro y
consuelo es su Creador. Por eso clama: “Sálvame, oh Dios.” Pero al mismo tiempo
declara que está cansado de llamar, su garganta se ha enronquecido y “han
desfallecido mis ojos esperando a mi Dios”. Lo está matando “la falta de
respuesta a su oración”. Está agotado espiritualmente. ¿Qué hacer? Más adelante
en este Salmo, David manifiesta su fe proclamando: “Alabaré yo el nombre de
Dios con cántico, lo exaltaré con alabanza.” (v.30). Y después afirma: “Buscad
a Dios, y vivirá vuestro corazón” (v.32).
Jesús se encontró también en una
situación similar. En Getsemaní, a pocas horas de su muerte en la cruz, sintió
tal angustia en su alma que les dijo a sus discípulos: "Mi alma está muy
triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo." (Mateo 26:38). Y
entonces se apartó y se postró en oración diciendo: “Padre, si quieres, pasa de
mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un
ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente;
y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” (Lucas
22:42-44). Ciertamente Jesús estaba espiritualmente agotado. En su condición de
Dios él sabía exactamente todo lo que le esperaba: las humillaciones, los
latigazos, cada clavo que sería clavado en su cuerpo, pero en su condición
humana no tenía la fuerza ni el valor para soportarlo. Sin embargo no era sólo
el dolor en el aspecto físico lo que afectaba a Jesús de esa manera, aún más
doloroso era el aspecto espiritual de aquel proceso, aquella copa que debía
beber, los pecados de toda la humanidad de aquel tiempo, de nuestros tiempos y
de todos los tiempos hasta que él vuelva. Aquel que nunca pecó debía cargar
sobre sí con los pecados más horribles, asquerosos y miserables que pudiésemos
imaginar. Cuando terminó de orar, habiendo sido fortalecido, Jesús se dirigió a
la cruz del Calvario y allí entregó su vida por todos nosotros.
Y ahora, porque él sufrió esa
dura experiencia, porque fue tentado y salió victorioso, porque estando
espiritualmente agotado recibió la fortaleza del Padre, Jesús puede decirnos a
cada uno de nosotros: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y
yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).
¿Te sientes agotado
espiritualmente? Ven al Señor con tus cargas. Dedica tiempo todos los días a
buscar su rostro en oración y a la lectura de la Biblia. Descansa
en él, y disfrutarás de esa preciosa paz que sobrepasa todo entendimiento.
ORACIÓN:
Padre santo, hoy traigo ante ti
todas mis cargas, mis afanes y mis angustias y te ruego me fortalezcas por
medio del poder de tu Santo Espíritu y me des el descanso espiritual que tanto
necesito. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
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