“Señor, eres escudo alrededor
de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza”
Salmo 34:5
“Los que miraron a él fueron
alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados”
Desde su infancia hasta su
muerte, David se destacó por su fe y su fidelidad a Dios, pero su vida tuvo
altibajos. Antes de ser rey de Israel, desanimado, fue a refugiarse a un país
enemigo, escondiendo su identidad (1 Samuel 21:10-15). Años después, cuando
regresó al mismo país, le faltó poco para alzar las armas en contra de su
propia nación… ¡Qué vergüenza para él!
Pero el Señor no lo abandonó en
ese estado, sino que se encargó de su débil siervo (véase Salmo 34). Lo liberó
de la desesperación e hizo que gustase su bondad y su presencia. La fe de David
había vacilado, pero Dios renueva la fe más débil. Así que David se fortaleció
en Dios y recobró ánimo.
Al igual que David, podemos
experimentar que el Señor nos protege y nos da nuestra dignidad. Confiando en
él somos liberados de la vergüenza y podemos mirar hacia adelante tranquilos,
sin confusión. No lo somos gracias a nuestros propios méritos, sino porque el
mismo Jesús llevó nuestra condenación. Tomó nuestro lugar en la cruz y sufrió
la vergüenza pública; la confusión cubrió su rostro (Salmo 69:7).
Al seguir al Señor aprendemos a
vivir honestamente, haciendo el bien. Incluso si somos personas ordinarias
según la escala de valores de la sociedad, la fuerza interior dada por nuestro
Salvador nos ayudará a soportar las dificultades de la vida y a poner toda
nuestra confianza en él. Entonces podremos darle las gracias por las
liberaciones que nos otorgó.
“Gracia y Paz”
La Buena Semilla
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