Efesios 4:31-32
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo,
ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con
otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó
a vosotros en Cristo”.
¿Conoces personas que van a la Iglesia cada semana y
dicen que aman al Señor, pero no comparten el amor de Dios con otros? Aun
después de haber aceptado a Jesucristo como salvador, y habiendo creído que su
infinito amor ha entrado en sus vidas, muchos cristianos encuentran gran
dificultad en transmitir ese amor al mundo hambriento de afecto que nos rodea.
¿A qué se debe?
Una de las principales razones por las que muchas
personas no pueden experimentar el amor de Dios fluyendo a través de ellos es
la existencia de una barrera de amargura y resentimiento que no proviene de
Dios, sino del enemigo de nuestras almas. Por lo tanto son incapaces de ser
"benignos" con los otros, como nos dice el pasaje de hoy que seamos;
más bien todo lo contrario, afectan negativamente a los que están a su
alrededor. Así dice Hebreos 12:15: “Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y
por ella muchos sean contaminados”. Esta raíz de amargura hace que la actitud,
la comunión y aún la adoración estén encarceladas en una celda de rencor y
encadenadas por diabólicas ataduras de odio.
El primer paso para la libertad espiritual es aceptar a
Jesucristo como salvador personal. Pero este es sólo el primer paso. Entonces
comienza un proceso durante el cual debemos crecer espiritualmente, eliminando
de nuestras vidas todo aquello que se ha acumulado durante el tiempo en que no
conocíamos al Señor. Para ello tenemos que alimentar nuestros espíritus diariamente
con la Palabra de Dios. De esta manera lo expresa el apóstol Pedro: “Desead,
como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella
crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2). A medida que crecemos espiritualmente,
y vamos conociendo la verdad por medio de la lectura de la Biblia y la oración
día tras día, vamos siendo liberados de esas ataduras, y comenzamos a
experimentar la libertad que Cristo nos ofrece. Así dice Juan 8:31-32: “Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis
en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres”. La única manera de conocer la verdad que nos hace
libres es a través de la poderosa Palabra de Dios, la cual “es inspirada por
Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
La amargura generalmente tiene su origen en un espíritu
no perdonador. Si has permitido que la amargura se acumule en el corazón y eche
raíces… Si sientes que eres cautivo de tu propio enojo y hostilidad; si hay en
ti ira, rencor, envidia, odio o cualquier otro sentimiento que provenga del
enemigo, permítele al Señor cambiar esas actitudes por el amor que necesitas
para perdonar. Lo primero que tienes que hacer es reconocer que esta condición
existe en tu corazón, entonces confiésalo delante de Dios y pídele sinceramente
que te ayude a perdonar a quienes te han ofendido y a amarlos como Cristo nos
amó. El Espíritu Santo limpiará tu corazón de toda raíz de amargura, y de
manera milagrosa te hará totalmente libre para amar. Dice 2 Corintios 3:17:
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad”. Esta libertad te permitirá experimentar el gozo y el amor de Dios y
al mismo tiempo vendrás a ser un vaso de amor para compartir con otros, aún con
aquellos que te han herido.
ORACIÓN:
Padre santo, vengo delante de tu trono a traer todo
enojo, ira o rencor que haya hecho nido en mi corazón. Te ruego que arranques
toda raíz de amargura y llenes mi corazón de tu amor. Por favor libérame y
capacítame para poder perdonar y amar a todos los que me han herido u ofendido
de alguna manera. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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