1 Tesalonicenses 5:17
"Orad sin cesar".
¿Es posible orar “sin cesar”? ¿Veinticuatro horas
diarias, siete días a la semana? Si pensamos que para orar necesitamos estar en
una postura de cabeza inclinada y ojos cerrados, tenemos que decir que no, que
no es posible “orar sin cesar”. Pero evidentemente el apóstol Pablo no quiso
decir esto cuando escribió esta carta a los tesalonicenses. Pablo les estaba
enseñando que se puede vivir en un estado permanente de conciencia de la
presencia de Dios. Esto es orar. Orar no es solamente pedir, es también
escuchar a Dios. Orar es conectarnos espiritualmente con el Señor y mantener
una comunión constante con él, de manera que cada pensamiento esté accesible a
la presencia de Dios. Si cuando llega a nuestra mente un pensamiento
pecaminoso, lo rechazamos inmediatamente, y pensamos, por ejemplo, en un
versículo bíblico que niegue ese concepto pecaminoso, estamos orando. Y esto es
posible hacerlo en cualquier momento y en cualquier lugar, ya sea en el
trabajo, o mientras conducimos el automóvil, haciendo compras, etc.
Un célebre pianista, quien practicaba en su instrumento
varias horas por día, acostumbraba decir: "Si un día descuido mi práctica
de piano me doy cuenta enseguida; si lo descuido dos días seguidos, mis amigos
lo notan; y si lo descuido tres días, el público es quien se da cuenta".
Tal era la experiencia de ese artista. En efecto, solamente mediante un
ejercicio ininterrumpido le era posible conservar la ligereza y la habilidad en
sus dedos, manteniendo el nivel adquirido con paciencia y perseverancia. Este
concepto se aplica también a la oración. El creyente que la descuida, aunque
sea por corto tiempo, experimentará una sensible pérdida que afectará su vida
espiritual. Si la descuida por un poco más de tiempo, sus amigos cristianos
percibirán en su lenguaje o su conducta notas disonantes, inconsecuencias, una
falta de delicadeza a las que no están acostumbrados. Finalmente, si descuida
por mucho tiempo la oración diaria, su comportamiento cambiará lo suficiente
como para que cada uno de los que están a su alrededor se dé cuenta de ello.
Un verdadero cristiano no puede prescindir de la oración
como tampoco un músico puede descuidar impunemente el ejercicio de su arte. Una
vida sin oración, interrumpe el fluir del Espíritu Santo y las bendiciones que
provienen de una íntima relación con Dios. El carácter se amarga, la paciencia
desaparece y no hay gozo ni paz en el alma. La oración constante, por el
contrario, trae paz y sosiego a nuestras almas. Cuando venimos a Dios en
oración trayendo a él nuestras cargas y preocupaciones, su paz llena nuestros
corazones. El apóstol Pablo, en su carta a los Filipenses, escribió: "Sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con
acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará
vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Filipenses
4:6-7).
En una ocasión, un joven le preguntó a su pastor cuánto
tiempo debía dedicar a la oración. El pastor le contestó: “Debes orar tres
veces al día, y todo el tiempo en el medio también”. Probablemente no fue este
un número pensado al azar, sino basado en el ejemplo de Daniel, el cual, aun
arriesgando su vida, solía orar de rodillas tres veces al día (Daniel 6:10).
Realmente el pastor estaba tratando de enseñar al joven la importancia de
dedicar tiempo a la oración, sin que las circunstancias que nos rodean lo
impidan. Muchos cristianos citan con bastante frecuencia la falta de tiempo y
el cansancio de un largo día de trabajo como obstáculos para mantener una vida
de constante oración. Pero si tú te sobrepones a esto, y perseveras en la
oración, el Espíritu Santo se manifestará con libertad y producirá su fruto en
tu vida.
No descuides tu vida de oración. Hazte el firme propósito
de dedicar cada día un tiempo para leer la Biblia y orar, y no permitas que el
enemigo te sugiera excusas para dejar de orar un solo día. Si eres constante en
esta práctica recibirás grandes bendiciones en todos los aspectos de tu vida.
ORACIÓN:
Bendito Dios, yo quiero vivir en constante comunión
contigo disfrutando de tu presencia en mi vida. Pon en mi corazón una sed de ti
que se traduzca en ansias de buscar tu rostro en oración, cada mañana, cada
medio día, cada noche, día tras día, cualesquiera que sean las circunstancias
que este yo viviendo. Te lo pido en el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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