Salmo 116:5-8
“Clemente es Yahweh, y justo; sí,
misericordioso es nuestro Dios. Yahweh guarda a los sencillos; estaba yo
postrado, y me salvó. Vuelve, oh alma mía, a tu reposo, porque Yahweh te ha
hecho bien. Pues tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas, y
mis pies de resbalar”.
El monte Matterhorn, forma parte de la gran cadena
montañosa de los Alpes en el centro de Europa. Esta montaña tiene 4,478 metros
de altura (14,688 pies). Es muy popular entre los alpinistas profesionales por
su forma peculiar de pirámide, y sus escarpadas laderas. En una ocasión dos
excursionistas alemanes querían escalar este monte, y con ese fin contrataron a
tres experimentados guías para que los acompañaran en su intento. Antes de
comenzar el empinado ascenso, se ataron entre sí en este orden: guía,
alpinista, guía, alpinista, guía. A menos de la mitad del camino, el último
hombre perdió pie. Lo sostuvieron los otros cuatro porque cada uno pudo asirse
de las concavidades que habían excavado en el hielo. Pero entonces el siguiente
hombre resbaló y arrastró a los dos que estaban por encima de él. En ese
momento, el único del que se pudieron agarrar fue el primer guía, el cual había
perforado el hielo profundamente, por lo que se mantuvo firme mientras que los
que estaban debajo de él pudieron volver a afirmar los pies en el hielo, y
continuar la escalada hasta llegar a la cima.
Cuando estamos en el proceso de ascender en nuestra vida
espiritual, de vez en cuando resbalamos. Esto forma parte del proceso de
santificación. Es un recorrido difícil en el que a veces caminamos con firmeza
y otras veces resbalamos, como sucedió a los alpinistas de la historia. Para esas
ocasiones en las que caemos, Dios ha provisto la manera de levantarnos y
sanarnos por grande y dolorosa que haya sido nuestra caída. Dice 1 Juan 1:9 que
“si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Es decir, si hemos resbalado, si hemos
caído en pecado y nos arrepentimos de haberlo hecho, sólo debemos confesarlo
ante el Señor, y él nos perdona y nos limpia de toda maldad.
El rey David resbaló en diversas ocasiones, cayendo en
pecado, incluyendo adulterio y homicidio, mintiendo y desobedeciendo las
instrucciones de Dios, pero en cada ocasión se arrepintió de corazón y clamó a
Dios por su perdón, como nos muestra el conocido Salmo 51:1-2: “Ten piedad de
mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”.
Y más adelante él clama por un cambio profundo en su vida: “Crea en mí, oh
Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10).
Habiendo sido lavado de sus pecados, y después de un cambio radical en su
caminar, David pudo decir en el Salmo 31:1: “En ti, oh Yahweh, he confiado; no
sea yo confundido jamás”. Y más adelante dice: “Porque tú eres mi roca y mi
castillo; por tu nombre me guiarás y me encaminarás” (Salmo 31:3).
Cuando caminamos por este mundo tenemos la tendencia a
apartar nuestra mirada del camino y mirar hacia los lados porque “algo ha llamado
nuestra atención”. Entonces es fácil resbalar o tropezar y caer. Por eso el
apóstol Pablo nos exhorta a mirar hacia arriba, hacia el cielo, hacia las cosas
espirituales, y no hacia las cosas de este mundo. Dice Colosenses 3:1-3: “Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no
en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios”. Cuando nuestra mirada está enfocada en “las cosas de arriba”,
cuando mantenemos “los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de la fe”
(Hebreos 12:1-2), entonces Dios toma control de nuestro caminar, y nos lleva
con firmeza y nos guía por el camino que él ha preparado para nosotros.
Si tú has aceptado a Jesucristo como tu Salvador, estás a
salvo en él; tu vida está guardada por Dios. Busca el rostro del Señor
diariamente, mantén tus ojos fijos en él, y puedes tener la absoluta seguridad
de que él guardará tus “pies de resbalar”.
ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, no tengo palabras para
agradecerte tu perdón y tu misericordia para conmigo en momentos en los que te
he fallado. Por favor, ayúdame a mantenerme firme en tus caminos y a acercarme
cada vez más a ti. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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