martes, 6 de enero de 2015

¿Y TÚ… CÓMO LE LLAMAS A DIOS?


¿Y TÚ… CÓMO LE LLAMAS A DIOS?

Mateo 6:9-13
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”

Los cristianos llamamos a Dios de diferentes maneras, dependiendo de a cuál de sus atributos nos estemos refiriendo. Por ejemplo, solemos llamarle “Creador”, “Rey”, “Pastor”, “Proveedor”, etc. Pero hay un nombre que suple de una manera muy especial una de las necesidades más grandes del ser humano: EL INNATO DESEO DE SER AMADO INCONDICIONALMENTE. Ese nombre es “PADRE”. En el Antiguo Testamento vemos algunas ocasiones en las que se le llama a Dios “Padre”, pero más bien queriendo decir “Creador”. Por ejemplo, en Malaquías 2:10 leemos: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” Y en Isaías 64:8 dice: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”. Incluso el nombre más común de Dios, “Yahveh”, era considerado demasiado sagrado para ser pronunciado en alta voz. Realmente muy pocas personas en aquellos tiempos eran consideradas como que tenían una relación personal con Dios.

Aunque Dios se ha mostrado a sí mismo como un Padre amante a través de toda la historia de la humanidad, fue por medio de Cristo que heredamos el enorme privilegio de llamarle “Padre nuestro”. Gálatas 4:4-7 dice que Dios envió a su Hijo “para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”. Y entonces añade: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”. La escritura de hoy nos muestra a Jesús enseñando a sus discípulos a orar. Allí él usó el término “Abba” ("Padre” en Arameo) para referirse a Dios. Cuando esta relación queda establecida, cuando estamos conscientes de que Dios es nuestro Padre, comienzan a manifestarse cambios espirituales dentro de nosotros. Primero se elimina todo temor y nos envolvemos en una relación de amor y de esperanza con el Señor. Esto produce en nosotros un sentido de confianza de que podemos acercarnos a nuestro Padre celestial con la seguridad de que él nos va a atender a cualquier hora, en cualquier momento, en cualquier circunstancia, como nos lo promete en Hebreos 4:16.

Es maravilloso el efecto de la palabra “Padre”, en cualquier idioma que se pronuncie. Muchos misioneros cuentan que uno de los regalos más grandes que el cristianismo lleva a los nativos de regiones incivilizadas es la seguridad de que Dios es un padre amante y bondadoso, y que por lo tanto no tienen que seguir viviendo bajo el temor a sus dioses. ¡Qué tremendo sentido de confianza y seguridad nos da el que podamos llamar a Dios “Padre”! Con esta seguridad debemos caminar en esta vida. Con la certeza de que tenemos un padre que nos ama con amor incondicional, o sea no depende de lo que nosotros hagamos. Romanos 5:8 dice que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Y entonces afirma: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (v.9). Cuando entendemos esto profundamente, debe surgir en nosotros espontáneamente el deseo de AMARLE, de AGRADARLE y de OBEDECERLE en todo para que su nombre sea glorificado en nuestras vidas.

La Santa Palabra del Señor dice que “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Así es que si ya hemos aceptado a Cristo como nuestro único y suficiente Salvador, podemos llamar a Dios con toda seguridad “Padre.” De lo contrario, si tú, aunque pienses y digas que eres “cristiano”, aun no le has abierto tu corazón a Jesús, y de veras crees que Él es el Señor, y que Dios lo levantó de los muertos, sólo tienes que confesarlo con tus labios, y serás salvo (Romanos 10:9-10). Eleva una oración al cielo arrepintiéndote de tus pecados, y pídele a Jesucristo, que entre en tu corazón. Entonces podrás llamarle a Dios “Padre”

Oración:
Bendito Abba, Dios y Señor, gracias te doy por el privilegio que me has dado de ser tu hijo y poder llamarte Padre con toda confianza. Te ruego me capacites para honrarte con mi testimonio cada día de mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla

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