¿TRATAS A TODOS POR IGUAL?
Santiago 2:1-4
“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro
glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra
congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también
entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa
espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate
tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre
vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?”
La palabra “acepción”, mencionada en esta escritura,
significa: “Preferencia, acción de favorecer a unas personas más que a otras
por algún motivo o afecto particular, sin atender al mérito o a la razón”. Es
lo contrario a ser justo o imparcial. Esta es una manera de actuar
completamente opuesta al carácter de Dios. La Santa Palabra de Dios nos habla
de esto en Deuteronomio 10:17, cuando Moisés se dirige al pueblo de Israel y
les dice: “Yahweh vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios
grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas”. Cuando Dios
ordenó al profeta Samuel que ungiera a uno de los hijos de Isaí como el próximo
rey de Israel, dejó bien establecido lo que es más importante para él al
momento de juzgar. Así le dijo el Señor a Samuel: “No mires a su parecer, ni a
lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que
mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yahweh
mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
Asimismo Jesús, siendo Dios, refleja la justicia e
imparcialidad del Padre. Para él el valor de una persona está basado en la
calidad de su alma, no en la apariencia externa. Esta actitud caracterizó su
manera de actuar mientras estuvo aquí en la tierra. Hasta sus enemigos tuvieron
que reconocer cuan justo él era cuando le dijeron: “Maestro, sabemos que dices
y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el
camino de Dios con verdad” (Lucas 20:21). Jesús es “nuestro glorioso Señor”,
dice el pasaje de hoy. Él es el Dios Soberano que gobierna sobre toda su
creación, y en cuya persona la plenitud de la gloria de Dios es revelada. El
apóstol Pablo dio testimonio de esto en su carta a los colosenses donde
escribió: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del
mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad” (Colosenses 2:9).
Jesús siempre ofreció el perdón y el regalo de la
salvación a hombres y mujeres de todas las razas, clases sociales y reputación
moral. Esto se observa claramente en la parábola de la fiesta de bodas, la cual
él refirió a un grupo de judíos en Mateo 22:1-14. Esta habla de la boda del
hijo de un rey (una referencia a sí mismo), y de aquellos que habían sido
invitados a la misma (el pueblo de Israel). Los invitados no se aparecieron,
por lo que el rey mandó a sus siervos a que salieran e invitaran a todos los
que encontraran en su camino. “Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron
a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas
de convidados” (v.10).
En el pasaje de hoy, el apóstol Santiago condena la
actitud opuesta. Hacer acepción de personas o juzgar conforme a las apariencias
no está de acuerdo a la Palabra de Dios. Tenlo siempre presente cuando trates a
los demás en tu centro de trabajo, en la escuela, en el vecindario, en las
tiendas, y dondequiera que te encuentres. Y cuando se presente ante ti una
oportunidad de hablarle a alguien de nuestro Señor Jesucristo y presentarle el
plan de salvación, no te dejes influenciar por su apariencia externa, su raza,
su condición moral o nivel económico. Debes mostrar una actitud similar a la de
los siervos del rey. Invítalos a todos a “la fiesta de bodas”. No juzgues por
apariencias. Esa no es tu responsabilidad. Nuestro Señor tratará con aquellos
que acepten la invitación y lo hará de la manera perfecta, pues él “no mira lo
que mira el hombre”, sino que él “mira el corazón”.
Oración:
Bendito Padre celestial, gracias porque tú no haces
acepción de personas. Te ruego me capacites para tratar a los demás de la misma
manera, y que tu gracia y tu amor se vean reflejados siempre en mi forma de
actuar. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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