¿ESTÁS CONSCIENTE DE LO QUE TÚ ERES PARA DIOS?
1 Pedro 2:9-10
“Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las
virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable, vosotros
que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en
otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado
misericordia”.
Después que el pueblo de Israel fue liberado de la
esclavitud en Egipto, Dios les habló por medio de Moisés, y les dijo: “Vosotros
visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os
he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto,
vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda
la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo
19:4-6). El Señor les recuerda a los israelitas lo que él hizo y de donde los
sacó, y les expresa sus planes y sus propósitos para con ellos. Si eran
obedientes y guardaban el pacto que él les ofrecía, ellos serían su “especial
tesoro sobre todos los pueblos”. Precioso privilegio que Dios les concedía,
pero esto implicaba una gran responsabilidad: Ellos serían “un reino de
sacerdotes, y gente santa”. Tal como el sacerdote era intermediario entre Dios
y los hombres, el pueblo de Israel debía ser portavoz de Dios para los demás
pueblos del mundo.
Muchos siglos después el apóstol Pedro escribió el pasaje
de hoy a “los expatriados de la dispersión”, como llamó a los creyentes (tanto
judíos como gentiles) que habían salido al exilio después de la destrucción de
Jerusalén. Al haber creído en Jesucristo como el Mesías prometido, pasaron
entonces a ser “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios”. Al igual que aquel pueblo israelita fue liberado de la
esclavitud en Egipto, los que hemos creído en Jesucristo como nuestro salvador,
hemos sido liberados de la esclavitud del pecado. Cuando la luz del Evangelio
de Cristo viene a nuestras vidas nos permite ver de dónde nos ha sacado Dios.
Es como si tomáramos conciencia del pecado y la inmundicia que gobernaba
nuestras vidas. Pasamos de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la
luz, de la mentira a la verdad poderosa de la Palabra de Dios.
Es necesario entender que todas aquellas cosas viejas
pasaron y que todas han sido hechas nuevas, como dice 2 Corintios 5:17. Ahora
somos hijos de Dios, y como tales somos “linaje escogido, real sacerdocio”, no
personas de baja clase; somos una “nación santa”, es decir apartados para Dios,
y un “pueblo adquirido por Dios” a un precio muy elevado: la preciosa sangre de
su Hijo derramada en la cruz del Calvario. Este privilegio nos ha sido
concedido, no porque lo merezcamos, sino por la gracia y la misericordia de
Dios. Esa es nuestra realidad presente, la cual nada ni nadie puede cambiar
pues ha sido un decreto de Dios Padre hacia nosotros sus hijos. El tiempo, el
mundo y las circunstancias pueden cambiar, pero los atributos de un verdadero
sacerdote de Dios permanecen constantes.
Renueva tu mente y disfruta la vida de la manera que el
Señor quiere que la disfrutes como parte de su pueblo escogido. Pero no olvides
que, como sacerdote, tienes también la responsabilidad de proclamar al mundo el
evangelio de salvación a través de Cristo Jesús. Con ese fin debes preparar tu
mente, tu corazón y tu espíritu por medio de la lectura diaria de la Biblia y
pasando tiempo en oración cada día. A medida que crezcas espiritualmente el
Espíritu Santo te usará más y más en tu condición de sacerdote y el nombre de
Dios será glorificado a través de ti.
ORACIÓN:
¡Gracias Padre, porque en ti soy una nueva criatura!
Ayúdame a entender que la sangre de Cristo me ha justificado y me ha preparado
para recibir tu promesa de pertenecer a un reino de sacerdotes y gente santa.
Capacítame para actuar en mi condición de sacerdote y proclamar al mundo las
maravillas de la salvación que tú nos ofreces. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
Carlos Martínez M.
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