¿Crees que no
debiste hacerlo…?
Abdías 1:12-14
“No debiste tú haber estado mirando en el
día de tu hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de
los hijos de Judá en el día en que se perdieron, ni debiste haberte jactado en
el día de la angustia. No debiste haber entrado por la puerta de mi pueblo en el
día de su quebrantamiento; no, no debiste haber mirado su mal en el día de su
quebranto, ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad. Tampoco
debiste haberte parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos
escapasen; ni debiste haber entregado a los que quedaban en el día de angustia.
Porque cercano está el día de Jehová sobre todas las naciones; como tú hiciste
se hará contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza”.
Este pasaje es una reprimenda de Dios al pueblo de Edom.
Este pueblo, descendientes de Esaú, eran vecinos y enemigos de Judá; y eran
arrogantes, amargados y resentidos. Esta amonestación del Señor ha estado
vigente durante siglos, y aun hasta nuestros tiempos, sobre una humanidad que
con demasiada frecuencia ha rechazado o ignorado las enseñanzas y los consejos
de un Dios de amor y misericordia. En nuestra relación con las demás personas
muchas veces actuamos de maneras en que no debimos haber actuado. Hemos herido
a alguien, o hemos sido indiferentes a su dolor, o incluso nos hemos alegrado
de su desgracia. Muy profundo en el corazón de Dios hay un fuerte reproche ante
esta actitud.
“No debiste” es el regaño de Dios para los edomitas.
Primero les dice: “No debiste tú haber estado mirando en el día de tu hermano,
en el día de su infortunio”. ¡Cuántas veces nos limitamos a mirar
insensiblemente a nuestro prójimo que está en desgracia! Somos simples
espectadores del mal ajeno, pero no somos movidos a compasión. Algo así como la
actitud del sacerdote y del levita en la parábola del “Buen samaritano” (Lucas
10:25-37). Dice que ambos “vieron” al hombre herido y “pasaron de largo”.
Simplemente, no se conmovieron ante el infortunio de aquel hombre y no hicieron
nada por ayudarlo.
Después Dios les dice: “No debiste haberte alegrado de
los hijos de Judá en el día en que se perdieron”. ¡Aún peor! No sólo no
ayudaron al que estaba en desgracia, sino que se alegraron de su mal.
Sentimientos tales como la envidia o los celos pueden producir en nosotros este
tipo de actitud. Los próximos “no debiste” son progresivamente peores. Nos
hablan de sacar ventajas personales de la persona caída, de robar, y por último
del homicidio. Realmente da la impresión que este pasaje se refiere a los
tiempos actuales. Cuando miramos a nuestro alrededor, o cuando vemos las
noticias por la televisión o leemos los periódicos podemos aplicar estas
palabras de Dios a través del profeta Abdías a nuestras propias vidas y la vida
de los que nos rodean.
El pasaje termina con una fuerte advertencia: “Porque cercano
está el día de Jehová sobre todas las naciones; como tú hiciste se hará
contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza”. Sin lugar a dudas algún día
recogeremos el producto de nuestras acciones. Un dicho popular advierte: “Con
la vara que midas serás medido”. Y la Biblia lo dice claramente en Gálatas 6:7:
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará”. ¿Cómo, pues, debemos actuar con los que nos
rodean? El apóstol Pablo nos dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria;
antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él
mismo” (Filipenses 2:3) ¿Es así como tratas siempre a los demás? ¿O crees que
no debiste tratar a esa persona como lo hiciste?
Si deseamos agradar a Dios con nuestro testimonio,
debemos guardar esta enseñanza en nuestros corazones, y ponerla en práctica
cada vez que se presente la oportunidad. Nunca debemos dejar de tratar con amor
a todos los que nos rodean, aún a los que nos han ofendido. Recuerda que “como
tú hiciste se hará contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza”. De ti
depende recibir abundantes bendiciones de Dios.
ORACIÓN
Bendito Dios, yo deseo tratar a los demás con el amor y
la compasión que te caracteriza. Renuncio a los celos, la indiferencia, el
rencor y cualquier otro sentimiento negativo. Por favor, lléname de tu amor
para poder dar amor a los que me rodean y tratarlos conforme a tus deseos. En
el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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